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Actualizado: 10 de julio de 2025
Un día de Noviembre, de los pocos buenos del Veranillo de San Martín, se emprendió la última excursión, por aquel año, al Vivero. La alegría era extremada, nerviosa.
Don Víctor estaba dispuesto a ser inflexible...». Reconciliarás, si te encuentras con fuerzas para ello, después de comer en casa del Marqués; y pronto, para ir en seguida al Vivero.... ¡No transijo! Y se fueron a dar los días a varios Franciscos y Franciscas. A la una y cuarto estaban en casa del Marqués. Lo primero que vio Ana fue a don Álvaro.
Esperó algunos minutos, con la cabeza tendida en dirección del Vivero, espiando todos los ruidos.... Vio dos luces entre la obscuridad lejana, después cuatro... eran ellos, los dos coches.... El ruido rítmico de los cascabeles se hizo claro, estridente; a veces se mezclaban con él otros que parecían gritos, fragmentos de canciones. «¡Qué locos, vienen cantando!».
La de Páez no come garbanzos decía Visita porque eso no es romántico. La repugnancia que por los juegos locos del Vivero sentía Anita, era romanticismo refinado en opinión de la del Banco.
Donde ella estuviera, que no se murmurase; no lo consentía. Cuando llegaron al cenador donde se empezaba a servir el café, la de Rianzares inclinaba su cabeza de fraile corpulento cerca del hombro del Magistral, diciendo con los ojos en blanco, y llena de miel la boca: ¡Vamos! ¡amigo mío!... se lo suplico yo... acompáñeme al Vivero... sea amable... por caridad....
Era el caso que, en su opinión, el Magistral era amante de doña Ana hacía mucho tiempo, y que la escena del bosque del Vivero la interpretó la vanidad de la criada como una victoria de su belleza que había hecho caer en pecado de inconstancia al canónigo. Creyó Petra que don Fermín la quería a ella ahora después de haber querido a su ama. Caprichos así había visto ella muchos.
Don Laureano, sin darse por ofendido, se fue deslizando pian piano hacia otro grupo. En este momento crítico de la jira campestre se efectuó en el Vivero de Migas Calientes un suceso insignificante en la apariencia, realmente de una trascendencia tan grande que sólo otros tiempos y otras generaciones podrán medir por completo su alcance.
Subía el Magistral por las primeras calles de la Encimada, pasó por la puerta del Gobierno civil y allá dentro, en medio del patio, vio un pozo que él sabía que estaba ciego. Se acordó de que Ripamilán le había hablado varias veces de un pozo seco que había en el Vivero.
La mayor parte de los convidados abajo, en el salón, se preparaban a volver a Vetusta, otros preferían aceptar la hospitalidad que los Marqueses les ofrecían en el Vivero por aquella noche.
Se la vio en casa de Vegallana y en las Paulinas, en el Vivero y en el Catecismo, en el teatro y en el sermón. Casi todos los días tenían ocasión de hablar con ella, en sus respectivos círculos, el Magistral y don Álvaro, y a veces uno y otro en el mundo y uno y otro en el templo; lugares había en que Ana ignoraba si estaba allí en cuanto mujer devota o en cuanto mujer de sociedad.
Palabra del Dia
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