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Actualizado: 10 de junio de 2025
A pesar de la delicadeza de don Víctor, quedó decretado que su mujer y él y los criados que quisieran llevar, irían a pasar aquellos meses que pedía Benítez en el Vivero, donde serían dueños absolutos.... Nada, nada, los Marqueses no admitieron objeciones. «¿No eran parientes?». «Cierto que sí» tuvo que responder, muy orgulloso, Quintanar.
Ana al saber la noticia, comprendió que aquello era todo lo contrario de irse a la Almunia de don Godino. Pero no quiso pensar en los peligros que la estancia en el Vivero podía tener. Aborrecía ahora las cavilaciones.
Por fin llegó el coche destartalado, sucio, a paso de tortuga. ¡Al Vivero, a escape! gritó don Fermín dejándose caer como un plomo sobre el asiento duro que crujió.
El Vivero, Mayo 1... Llueve, son las cinco de la tarde y ha llovido todo el día. In illo tempore, me tendría yo por desgraciada sin más que esto. Pensaría en la pequeñez y la humedad de las cosas humanas, en el gran aburrimiento universal, etc., etc.... Y ahora encuentro natural y hasta muy divertido que llueva. ¿Qué es el agua que cae sobre esas colinas, esos prados y esos bosques?
Don Víctor, loco de contento, salió del Vivero con su mujer y con Petra y se instaló en el puerto mejor de la provincia, La Costa, villa floreciente más rica que Vetusta, emporio del cabotaje y vestida muy a la moda. Otros años Quintanar pasaba el mes de Agosto en Palomares, a donde iban también Visita, Obdulia y alguna vez los Marqueses y Mesía.
Tenía la convicción de que aquello era nuevo. ¿Estaría malo? ¿Serían los nervios? Somoza le diría de fijo que sí». «De todas maneras, había sido una necedad, y tal vez una grosería, haber desairado a aquellas señoras. ¿Qué estarían diciendo de él en el Vivero?».
Ha de estar cerca de Vetusta para que Benítez pueda hacernos frecuentes visitas y para trasladar a Ana pronto a la ciudad en caso de apuro; ha de ser bastante cómoda, amena, ofrecer un paisaje alegre, tener cerca agua corriente, yerba fresca, leche de vacas... ¡qué sé yo! Don Álvaro tuvo una inspiración en aquel momento. Se acercó al oído de Paco y dijo: ¡El Vivero!
Petra prometió decir todo lo que hubiera. Fingió no recordar siquiera ciertas promesas de otro orden que a don Fermín se le habían escapado en el calor de la improvisación en aquella dichosa mañana del Vivero, de que estaba avergonzado.
«En estas primeras conferencias, se decía el Magistral no se trata aún de estudiarla bien a ella, sino de hacerme agradable, de imponerme por la grandeza de alma; debo hacerla mía por obra del espíritu y después... ella hablará... y sabré lo del Vivero, que me parece que no fue nada entre dos platos».
La Regenta no pensaba en los títulos de propiedad del Vivero; gozaba de la naturaleza, de la salud y del relativo lujo que habían acumulado los Vegallana en su famosa quinta, sin fijarse en nada más que gozar. Vivía allí como en un baño, en cuya eficacia creía.
Palabra del Dia
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