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Actualizado: 10 de julio de 2025
Yendo de Zaragoza a Teruel, muy poco antes de llegar a la Casa provincial de Beneficencia, y en el mismo lado, se encuentra un hermoso vivero que compró la Diputación de la provincia para surtir de árboles a los paseos y carreteras que sirven de comunicación con otras poblaciones importantes.
Sí, si he de acabar por ir, si estoy seguro de que al fin he de tomar el camino del Vivero, más vale ahorrarme el tormento de la batalla y declararme vencido. Iré». Y no pudo dormir una hora seguida en toda la noche. Pero esto era achaque antiguo ya. Desde que Anita «había vuelto a engañarle» don Fermín no gozaba hora de sosiego.
Después de comer, a todos los amantes del Vivero les preocupó la idea de que la tarde sería muy corta.
«Sería una gran imprudencia dar un paso más; si yo aprovechase la excitación de la comida me perdería para mucho tiempo en el ánimo de esta señora; estoy seguro de que ella también se siente excitadilla, de que también está pensando en mis rodillas y en mis codos, pero no es tiempo todavía de aprovechar estas ventajas fisiológicas.... Esta ocasión no es ocasión.... Veremos allá en el Vivero; pero aquí nada, nada; por más que pinche el apetito». Y estaba más fino con Anita, la obsequiaba con la distinción con que él sabía hacerlo, pero nada más.
Lo que ahora le pesaba era no haber seguido al Vivero; ¡de todos modos habían de murmurar los miserables! y en cuanto a las personas decentes, las que a él le importaban, esas no habían de creer nada malo porque él, como hacía Ripamilán, como habían hecho otros sacerdotes, fuese a las posesiones de Vegallana».
Sí, señor; la comitiva tomará el camino de la calleja de abajo y cuando lleguemos nosotros a la iglesia, ya estarán en el Vivero.... De modo.... De modo, que es mejor volvernos. ¡Ay, don Fermín, perdóneme usted este paseo... esta molestia!...
Cuanto más triste la lengüeta de la trompa, más esperanza, más alegría dentro de mí. Todo esto es salud, nada más que salud. He traído al Vivero algunos libros de mi padre. Hacía muchos años que no los había abierto. Quintanar los tenía en los cajones más altos de sus estantes. ¡Qué impresiones!
Y a un tiempo, alegres todos con el hallazgo, dijeron los Marqueses y su hijo: ¡El Vivero! ¡Bravo, bravo, eureka! repetía el Marqués . Paco tiene razón, ¡al Vivero! se van ustedes al Vivero. Y la Marquesa: ¡Hermosa idea! ¡Qué gusto! Y nos veremos a menudo antes de irnos a baños.... Don Víctor protestó. ¡Cómo el Vivero! ¿Y ustedes? Nosotros no vamos este año. O iremos mucho más tarde.
Pero esta vez se había improvisado aquella fiesta de confianza y se comía a la española, por excepción, para visitar por la tarde, en los coches de la casa, la quinta del Vivero, donde el Marqués tenía un palacio rodeado de grandes bosques y una fábrica de curtidos, montada a la antigua. Se trataba de ir a ver los perros de caza y uno del monte de San Bernardo que Paco había comprado días antes.
Idea tuvo de arrojarse del coche, y a pie, a todo correr, volver furioso al Vivero a sorprender «lo que el presentimiento le daba por seguro, lo que no había pasado tal vez en el bosque, pero lo que estaría pasando en la casa... entre aquellos borrachos disimulados y aquellas damas lascivas, locas y encubridoras...».
Palabra del Dia
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