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Actualizado: 10 de julio de 2025
Lo que me agrada más es el capricho del Marqués en el piso principal; una galería con cierre de cristales rodea todo el edificio. He dado dos vueltas a todo el corredor como si nunca hubiera visto el Vivero. ¿Qué será que todo me parece nuevo, mejor, más elegante, más poético? Quintanar está encantado, y se me figura que tiene un poco de envidia. Vida excelente. La primavera entró en mi alma.
¡Qué desfachatez! decía Foja. Es un insensato; no sabe lo que es diplomacia, lo que es disimulo advertía Mourelo. Y yo que no quería creer a usted cuando me decía que se había quedado a comer con ellos.... ¡Ya ve usted! exclamó Glocester triunfante. ¿Y a dónde van los otros? Al Vivero, de fijo; ya sabe usted... a brincar y saltar como potros.... ¡Esas son las clases conservadoras!
Está hermosísima así, pero no hay que tocar en ella». Más de una vez, en medio del bosque del Vivero, a solas con Ana, don Álvaro se había sentido en ridículo; se le había figurado que aquella señora, a quien estaba seguro de gustar en el salón del Marqués, allí le despreciaba.
¡Absurdo! dijo don Fermín ; esta tarde al campo... al Vivero.... ¡A comer, a comer! gritó la Marquesa desde la puerta del salón donde acababa de recibir la noticia. ¡Santa palabra! exclamó el Marqués. Cada cual dijo algo en honor del nuncio, y todos hablando, gesticulando, contentos, «sin ceremonias», que eran excusadas en casa de doña Rufina, pasaron al comedor.
En la calleja de Traslacerca les esperaba Ronzal. La mañana estaba fría y la helada sobre la hierba imitaba una somera nevada. En la carretera de Santianes les esperaba un coche; dentro de él estaba Benítez, el médico de Ana. Al verle don Víctor palideció, pero en nada más se pudo notar su emoción. Llegaron, sin hablar apenas durante el viaje, a las tapias del Vivero.
Yo no había visto el Vivero hasta ahora, lo que se llama ver, hasta ahora nunca había comprendido esta armonía íntima del lujo y del campo. Está bien así. Debe haber rincones en la tierra en que no haya nada feo, ni pobre ni triste. Paco y la Marquesa, que han venido a darnos posesión del Vivero, comen con nosotros y de tarde, al caer el sol, se vuelven a Vetusta. Ya estamos solos.
Ya se sabía que al Vivero no se iba a otra cosa. Visitación, Obdulia y Edelmira también, eran las que conocían mejor los lugares más escondidos, dónde había puertas de escape, y todo lo que exigían aquellos juegos infantiles a que se entregaban, sin pensar en los muchos años que tenían varias de aquellas personas tan alegres. A don Víctor se le recibió en triunfo; triunfo burlesco.
Qué mal los cantaba aquel tenor de Valladolid.... Pero oye... mira que idea... hermosa idea.... Figúrate aquí, en medio del Vivero, ahí, junto al estanque, figúrate a Gayarre o a Masini cantando... en esta noche tranquila, en este silencio... y nosotros aquí, debajo de esta bóveda... oyendo... oyendo.... Las óperas deberían cantarse así... ¿Qué nos falta a nosotros ahora?
Y aunque todas le servían con agrado y diligencia, se distinguía particularmente por su entusiasmo Presentación. ¡Las diabluras que aquel hombre festivo llevó a cabo con ella, sacándole monedas del pelo, de las narices, del cuello!... ¡Timoteo ansiaba beber su sangre! A las once, poco más o menos, hizo su entrada triunfal en el Vivero la familia del presidente de la Liga de Productores.
Sabía que al Vivero iban todos aquellos locos, Visitación, Obdulia, Paco, Mesía, a divertirse con demasiada libertad, a imitar muy a lo vivo los juegos infantiles. Ripamilán se lo había dicho varias veces.
Palabra del Dia
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