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Actualizado: 23 de octubre de 2025
Miró con ternura una larga túnica negra, de corte severo, que no dejaba visible ni una línea de su blanco cuerpo. Pero á continuación pensó que, por ser hombres todos los visitantes, no convenía recibirlos con tanta austeridad. Acababa de escoger uno de sus trajea mixtos, muy atrevido por un extremo y muy discreto por el otro, cuando llegó á sus oídos una verdadera tempestad de gritos y llantos.
Los visitantes a las tres o cuatro grandes casas americanas se transportaron en masa a casa de Scott, que recibió trescientas personas en su primer miércoles. Su círculo aumentó rápidamente; de todo había en su clientela: americanos, españoles, italianos, húngaros, rusos y hasta parisienses. Cuando contó su historia al abate Constantín, madama Scott no se lo dijo todo... nunca se cuenta todo.
La clasifico inmediatamente y la clavo con un alfiler en mi colección: «Resignada en toda la línea. Inútil profundizar. Alma grisácea, dulce, borrosa, cuadro despintado...» Iba, sin embargo, a escuchar la conversación comenzada para comprobar mi impresión con todo conocimiento de causa, cuando Celestina introdujo nuevas visitantes: La señorita Bonnetable. La señora y la señorita Dumais.
Llegan por fin al último piso, ante una puerta detrás de la cual déjase oír una vaga música; la señora Bouzine recobra el aliento, y luego llama. Una criada, bastante sucia, introduce a las visitantes en un saloncito poco amueblado y cuyo moderno estilo disimula mal la pobreza. LEA. Oye, mamá... ¿Por qué no nos marchamos...? ¡Volveríamos otro día...!
Hasta sería esto poderoso estímulo para que ellos procurasen y aun lograsen la prosperidad de Cuba, con la cual crecería la fama póstuma de Antonio Maceo hasta la altura de la de Jorge Washington y de la de Simón Bolívar. Todo depende del éxito final del nuevo Estado que se funda. Cuando se cansaron de hablar mis dos visitantes, me preguntaron mi parecer.
A las ocho, vi entrar á la señorita de Porhoet que se instaló á mi cabecera, con su tejido en la mano. Ella ha hecho los honores de mi cuarto á los visitantes, que se han sucedido todo el día. La señora de Laroque fué la primera que vino después de mi vieja amiga.
Dos soldados de la Guardia Civil que tenían por letrero, civiles, estaban colocados detrás de un hombre, maniatado con fuertes cuerdas y la cara tapada con el sombrero: se titulaba el Pais del Abaká y parecía que le iban á afusilar. A muchos de nuestros visitantes no les gustaba la exposicion.
Más abajo de esta plataforma estaban las máquinas, y los tres visitantes llegaron a ellas descendiendo por varias escalerillas de acero. Llevaban en las manos pedazos de estopa para defenderse de la grasa que parecía sudar el metal de las barandas y paredes. Un calor pegajoso oprimía el pecho, al mismo tiempo que pinchaba el olfato con hedores de hulla y aceite mineral.
El río, a flor de ojo casi, corría velozmente con untuosidad de aceite. A ambos lados pasaban y pasaban sin cesar sombras densas. Un hombre ahogado tropezó con la guabiroba; Candiyú se inclinó y vió que tenía la garganta abierta. Luego visitantes incómodos, víboras al asalto, las mismas que en las crecidas trepan por las ruedas de los vapores hasta los camarotes.
Pasaba las noches en un sueño inquieto, temblando por lo que podría decir la prensa al día siguiente, y cuando encontraba un pequeño suelto laudatorio lo leía a la familia, y encerrándose en su despacho, pasaba las horas contemplando con ojos amorosos el pedacito de papel, para mostrarlo después, con ademán displicente de grande hombre fatigado de la gloria, a todos sus visitantes.
Palabra del Dia
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