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TALMA. ¡Por lo menos, hoy...! ¡Ya me pagará a fin de mes...! ¡La señora Talma le pasará el recibo...! La señora Bouzine ha llevado a su hija única, Lea, al curso de Euritmia dirigido por la célebre Terpsy, profesora de bellas actitudes.

Llegan por fin al último piso, ante una puerta detrás de la cual déjase oír una vaga música; la señora Bouzine recobra el aliento, y luego llama. Una criada, bastante sucia, introduce a las visitantes en un saloncito poco amueblado y cuyo moderno estilo disimula mal la pobreza. LEA. Oye, mamá... ¿Por qué no nos marchamos...? ¡Volveríamos otro día...!

A cosa de las seis, el profesor Gilberto Tassouin, antiguo buen mozo, muy grave, se presenta; asiste al final de la sesión sin decir una palabra. La señora Bouzine está inquieta. LA SE

Terpsy, con los crótalos en las manos, rima la danza, cuyos pasos son cada vez más rápidos; todo esto acaba en un furioso torbellino. La señora Bouzine y su hija están estupefactas y piensan: «¡Imposible...! ¡Nos encontramos entre los dingos...!» LEA. ¡Oh! ¡Cuando yo refiera esto a mis compañeras de pensión van a sudar de firme...! ¡Me explico que se pierda grasa con este ejercicio...!

El curso Terpsy está situado en esa región montañosa que ya no es precisamente París y que tampoco es todavía Montmartre; calle Blanca; un amplio estudio, situado en el séptimo piso; no hay ascensor. La señora Bouzine, que es morena, bastante gruesa, de rasgos acentuados y de aspecto imponente, jadea al subir la escalera.