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Pero ¿cómo se explicaba su conducta? ¿Por qué no escribirle durante el viaje ni presentarse a la vuelta? ¿Acaso imaginaría el muy necio que esquivando la ocasión quitaba el peligro? Ofuscada por la vanidad, se acostumbró insensiblemente a la creencia de que la habían amado dos hombres, Gabriel y Julián: el muerto y el vivo.

Entre tanto haría yo mis preparativos de viaje, y me contestaría él dándome las necesarias instrucciones para llegar a su casa desde la última estación del ferrocarril.

¡Tengo esperanzas! le contestó su amiga. ¿Es posible? contestó Beatriz y arrastró a aquélla al salón. La señora de Aymaret relatóle entonces todos los detalles de su entrevista con Fabrice, procurando persuadirla y persuadirse a propia de que la impresión que le había producido era favorable, pero la noticia del viaje repentinamente proyectado por su marido, aterró a Beatriz.

Vestido de áspero buriel y sosteniendo con el bordón, por encima del hombro, la humilde barjuleta que le aparejaron para el viaje las religiosas franciscanas de San Juan de la Penitencia, marchose Ramiro de Toledo, a la mañana siguiente, tomando a través de los montes la dirección del mediodía. Llevaba todo el cabello hacia atrás, la frente sin ceño, los ojos humedecidos.

Una discípula de sus tiempos de gloria, que guardaba la antigua elegancia en su uniforme de enfermera, le dió vagos informes. «¿La pequeña Madame Laurier?... Se acordaba de haber oído á alguien que vivía cerca... Tal vez en BiarritzJulio no necesitó más para reanudar su viaje. ¡A Biarritz! La primera persona que encontró al llegar fué Chichí.

Pienso yo ahora interrumpió Ojeda en la Vida del Almirante, escrita por su hijo don Fernando, el hijo bastardo, el hijo del amor, habido con una señora cordobesa cuando Colón era casi anciano, y que tal vez por eso fue mirado siempre por éste con especial predilección... A la edad de catorce años acompañó a su padre en el último viaje de descubrimiento, el más penoso de todos.

¿Avisar? exclamó con espanto la López Moreno . ¡Gracias que llego con vida!... ¡Qué viaje, duquesa, qué viaje!... En el camino a poco más me asesinan... ¡Nací ayer!... ¡Un milagro, un milagro! ¡Qué horror! exclamó la duquesa.

No le faltaba más que un salvo-conducto para recorrer sin tropiezo el territorio dominado por los carlistas, y Zumalacárregui se lo dio aquella noche de muy buena voluntad. Pero un médico que acompañaba al General en jefe vio a Navarro y examinándole cuidadosamente, aseguró que, si bien el cambio de clima le sería de grandísima ventaja, no estaba en situación de emprender un viaje.

Un generoso compañero de viaje me suministró cuanto pude necesitar, sin tener ninguna garantía de mi parte, y su excelente familia me favoreció finamente y me abonó para obtener nuevo pasaporte; miéntras que, gracias al telégrafo, un estimable banquero de Madrid me hizo dar los fondos necesarios para volver á París. ¡Pero qué de diligencias y dificultades para lograr el consabido pasaporte!

Luis Vélez de Guevara nació en Ecija, a fines de julio de 1579, de padres hidalgos, pero pobres : sabido es que la hidalguía y la pobreza casi siempre anduvieron juntas . Estudió la Gramática en su ciudad natal, y por julio de 1596 se graduó de bachiller en Artes en la Universidad de Osuna, eximiéndose por pobre de pagar los derechos académicos . Seguidamente entró a servir como paje a don Rodrigo de Castro, cardenal arzobispo de Sevilla, a quien acompañó en el viaje que hizo a Madrid y a Valencia para asistir en las bodas de Felipe III y doña Margarita de Austria, de las cuales y de sus esplendorosas fiestas trató el poeta adolescente en un poemita que hizo imprimir en Sevilla, a su regreso .