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Actualizado: 8 de julio de 2025
Mientras tanto D. Nemesio permanecía en su celda, entregado, quizá, a severas penitencias, por el pecado de haber ocasionado tan cruel disgusto a nuestro compañero de viaje. Porque fue él quien tuvo la culpa de dejar al jefe de Jabalquinto el sombrero y las botas del juez catalán. Les juro a ustedes que yo solo nunca me hubiera atrevido.
Púsose en camino segunda vez por Septiembre, y llovió tanto, que anegadas las campañas de los Cucarates, apenas pudo llegar al término de su viaje.
Hoy, una pecadora más o menos cara, de esas cuyo amor gozado sin ilusión, deja en alma y cuerpo el descaecimiento y el hastío propios de todo lo forzado; mañana, una gran señora de aquellas a quienes se corteja por vanidad, cuyas caricias no valen el sobresalto que cuestan; otro día, una camarera de fonda de las que a primera vista parecen limpias y resultan insoportables; de cuando en cuando, la mujer con quien se tropieza en viaje, posesión de lo anónimo, encanto de lo desconocido, los besos en el túnel, la parada en la misma fonda, noche, almuerzo, regalo y despedida con tristeza falsificada.
Miguel, con gran desembarazo, las puso juntitas. En cuanto se sentaron, las muchachas del baile comenzaron a dirigirles miradas de curiosidad. La noche estaba estrellada, ni clara ni oscura. Entabló conversación, hablando del baile, del tiempo, de su viaje; agotó en un instante todos los lugares comunes.
Recuerdo perfectamente que en mi primer viaje á Lóndres, tuve la satisfaccion de encontrarme de improviso, y sin sospecharlo siquiera, frente á frente del suntuoso y admirable edificio del Parlamento.
Al explicar su viaje, enseñaba su fuerte dentadura de campesino con sonrisas de inocente malicia. ¡Una verdadera calaverada, de la que hablarían mucho tiempo las gentes allá en Ibiza!
Ricardo lo adivinó todo y cayó en brazos del coronel, derramando un torrente de lágrimas. Aquella noche tomó asiento en el tren del Norte. La noche funesta de aquel viaje quedó grabada hondamente en su corazón.
Le dijo que, viéndose obligada a emprender un largo viaje por mar, y no atreviéndose a llevar consigo los pequeñuelos, quería confiarlos a su cuidado; le dio dinero para cuanto necesitasen durante cierto tiempo, y dispuso que el labriego y su mujer le obedecieran ciegamente.
El mismo Almirante contaba a sus amigos cómo en los puertos de la Península había encontrado viejos marineros que navegando hacia Poniente columbraron señales indudables de nuevas tierras. En Puerto de Santa María había hablado con un «marinero tuerto» que, cuarenta años antes, en un viaje a Irlanda, alejado de esta isla por el mal tiempo, vio una gran tierra que imaginaba fuese la Tartaria.
El bolo del indio para abrir trocha donde la maleza se estrecha, y la práctica del maderero que constantemente vive entre aquella exuberante y salvaje naturaleza, son los auxiliares á quienes hay que entregarse en absoluto; y vamos, que repito, por lo que valga, prefiérase el viaje por mar, y si se hace por tierra aprovéchese el capricho que pudiera tener de verificar esa expedición, algún Obispo ó Gobernador en cuya compañía se viaja siempre bien en Filipinas.
Palabra del Dia
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