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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Llegando á la primera Ranchería de los Cucarates halló en ella algunos Zamucos, que habían venido á visitarle; hablóles el Padre con toda la eficacia de su espíritu, que era grande, por medio de un intérprete, haciéndoles un rico presente de cuchillos, cuñas ó destrales y otros instrumentos para cultivar la tierra.

Naufragio del navío Caballo Marino en 1717 I 127 Navegación por el río Paraguay II 102 Noticias de la vida y virtudes del P. Zea II 158 Nueva cristiandad de los Chiquitos y pueblos que contenían en los principios de las Misiones I 18 Nuevas conversiones del P. Zea en las naciones de los Zinotecas, Japorotecas y Cucarates II 157

No querían éstos admitir el presente, porque los Cucarates se habían enojado con ellos, como si hubiesen venido á visitar al Padre movidos del interés, y porque cuanto se les daba á los Zamucos tanto menos había que dar á los Cucarates. No obstante eso, el P. Zea les obligó á que le recibiesen, diciendo que Dios daría para todos.

Partióse, finalmente, echando mil bendiciones á aquel pueblo, tan deseoso de recibir la santa fe, trayéndose en su compañía aquellos Zamucos enviados de su cacique; y reconocido el país de los Cucarates, pasó á San Juan Bautista, donde los neófitos recibieron y acogieron á los dos cathecúmenos con extraordinario afecto, tratándolos con aquellas cortesías que el celo del bien de sus almas y el amor á Dios dictan á los que son nuevos en la santa fe.

Púsose en camino segunda vez por Septiembre, y llovió tanto, que anegadas las campañas de los Cucarates, apenas pudo llegar al término de su viaje.

Llegó, pues, de vuelta de los Zamucos al pueblo de San Juan á 26 de Octubre de aquel mismo año de 1718 y luego participó las noticias de todo lo referido en este capítulo al Padre Visitador de aquellas Misiones, Juan Patricio Fernández, quien atribuyendo á singular misericordia de Dios y á los méritos y sudores del apostólico P. Zea que aquellos bárbaros estuviesen tan deseosos del santo bautismo y tan contentos y prontos á dejar sus tierras hizo luego despachar los dos Zamucos que trajo el P. Miguel de Yegros, con aviso al cacique de que se fuese con todos sus vasallos á las tierras de los Cucarates, porque en breve se partiría allá el P. Miguel con el hermano Alberto Romero.

A la vuelta tuvo ocasión oportuna de ganar para Cristo á cien indios de varias naciones Zinotecas, Japorotecas y Cucarates que se trajo consigo á la Reducción de San Juan Bautista, en donde mientras se estaba disponiendo de nuevo para volver á sus Zamucos, recibió orden de nuestro Padre General Miguel Ángel Tamburini, de que tomase á su cargo el gobierno de provincia; á que obedeció prontamente, no sin incomparable dolor de su corazón.

Condescendió con ellos de buena gana el santo varón, y dando orden al resto de su comitiva que le esperasen junto á los Cucarates con solos algunos pocos dió la vuelta hacia las dichas Rancherías, y en menos de dos días entró en aquellas tierras donde no halló ni aun una sola alma, porque la carestía había obligado á los paisanos á esparcirse por los bosques en busca de comidas; por tanto, fueron tras ellos los cristianos sin perder tiempo; mas los infieles, juzgándolos, ó enemigos ó indios Chiquitos, de quien se temen en gran manera, huyeron, hasta que desengañados, por haberse dado á conocer los nuestros, se pararon.

O fuese por esto, ó porque los Cucarates no se quisiesen reducir á la santa fe, echó mano del P. Zea un cacique suyo, y se lo llevaba aparte para matarle, diciendo que ¿á qué fin venía á engañarlos?

Pero fué en vano hablarlos de que se hiciesen cristianos, porque no venían bien en abandonar su nativo suelo y tomar casa en otro paraje, y de otra manera no podían ser doctrinados en las cosas de la fe y admitidos al santo bautismo; por cuya razón, viendo el P. Zea que no era aún llegado el tiempo para su conversión, dió la vuelta en busca de sus compañeros; mas no le salieron en vano sus fatigas, porque corriendo por algunas Rancherías ya desiertas, halló allí poco más de setenta almas que redujo con facilidad á la fe, y dejándolas al cuidado de algunos de sus neófitos que las guiasen y condujesen hasta San Joseph, alegrísimo el siervo de Dios de haber en tres días sacado de las garras del demonio tantos infieles, llegó junto á la última Ranchería de los Cucarates, donde le esperaban sus compañeros, á los cuales el espíritu maligno había puesto en el corazón tal desesperación del éxito feliz de aquella empresa, que por más que los animó no pudo jamás conseguir con ellos que pasasen adelante; y ¿qué podría hacer él solo si faltaba por romper otro bosque semejante al pasado?

Palabra del Dia

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