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Actualizado: 27 de junio de 2025


Se figuran que no somos capaces sino de arañarles la cara. Es preciso que vean que también sabemos hablar. Es absolutamente inútil, puesto que la fuerza está de su parte. No tenemos más remedio que someternos. CLEOPATRA. ¡Detenedla! La fuerza, Verónica, no es el derecho, como dicen los jurisconsultos romanos.

Llegaron a cruzarse los aceros; pero en el instante en que parecía que iba a empeñarse la lucha con todo encarnizamiento, suspendió Pepe Guzmán sus acometidas, miró el reló, tendió la diestra a Verónica, puesto en actitud de marcharse, y la dijo con singular expresión de acento y de mirada: Tenemos que hablar de estas cosas muy despacio. Hasta mañana.

Pensaba que tenía una gran «misión de consuelo» y hasta de amparo que cumplir allí, desde que vio el buen éxito de sus fúnebres narraciones, y ya se movía con desembarazo delante de Verónica, hablaba con ella sin que se le atravesaran las palabras en el gaznate, y dedicaba largos ratos a conversar con la marquesa en voz baja y, al parecer, en la mayor intimidad.

Dejadme a hablarle a esas gentes, y yo les probaré que no tienen ningún derecho a retenernos, que están en el deber de devolvernos la libertad, que, según todas las leyes divinas y humanas, han cometido una cochinería. NUMEROSAS VOCES FEMENINAS. ¡Ve, Cleopatra, ve! ¡Detened a Verónica! CLEOPATRA. ¡Eh, el de la rodilla blanca! Venid, tengo que hablaros. ESCIPIÓN. ¿Queréis que deje mi acero?

Pareciole demasiado crudo el concepto a Verónica, a juzgar por la cara que puso, y dijo, con miedo de escuchar algo peor: De manera que, para complemento de la teoría, es también de necesidad algo de matrimonio. Indispensable, Nica. ¡Como que es... la patente de corso! ¡Jesús, qué chica ésta! exclamó Verónica, verdaderamente asombrada.

CLEOPATRA. ¡Detenedla! ¿Es posible, Verónica, que ya hayas olvidado a tu pobre marido? VERÓNICA Juro amarle eternamente al pobrecito; pero... ¿por qué no estamos con los romanos? Parecéis turbadas. ¿Qué pasa?... Si no queréis ir a buscarlos, deben venir ellos aquí. No deben ser orgullosos... CLEOPATRA. Bueno, escuchad lo que voy a proponeros, queridas amigas.

Lo dicho, Nica añadió Sagrario animándose un poco más ; y si te parece mucho así, pongamos casi, casi. No lo entiendo, hija respondió Verónica con visibles muestras de curiosidad, y otras tantas de sus intenciones de tirar de la desjuiciada lengua de Sagrario . Si no lo pones más claro, como si callaras.

Por este lado, pues, el banquero no tenía motivos para lamentarse de la insipidez de la tertulia. Harto más arraigado estaba e invencible parecía el tedio de Verónica.

Ea, pues, quedad con Dios, señor Francisco dijo la dueña . No me hallo bien fuera de palacio; es ya tarde y está la noche tan obscura... ¿Os han dicho que llevéis contestación? No, señor. Pues id con Dios, doña Verónica, id con Dios. Voy á mandar que os acompañen. No, no por cierto: vengo de tapadillo; adiós. Dios os guarde. La dueña se envolvió completamente en su manto, y salió.

Era como la sombra de Leticia, desde que Pepe Guzmán se había decidido a ser la de Verónica...

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