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Actualizado: 27 de junio de 2025


Esto le confortaba y le reconstituía. Y hablando, hablando Leticia y su amiga, sacó la primera a relucir a don Mauricio el Solemne. Poco antes de llegar dijo a Verónica , se presentó aquí de improviso; se encontró con nosotros al día siguiente; y como si le hubiera contrariado el encuentro, aquella misma tarde salió para París. ¿Solo? preguntó sonriendo Verónica.

Cuando llegué a la calle de la Verónica, y a la casa de doña Flora, esta me dijo: ¡Cuán impaciente está la señora condesa, caballerito, y cómo se conoce que se ha distraído usted mirando a las majas que van a alborotar a casa del señor Poenco en Puerta de Tierra!

¡Caramba!, pues el vivir con el marido y el gozar con el amante... Me parece que cosa más corriente... Después de estas palabras, fue Verónica quien se quedó un brevísimo rato algo suspensa; en seguida, sin dejar de mirar con marcada fijeza a su amiga, la dijo: ¿Y qué piensa Gonzalo de esa teoría tuya?... Porque supongo que se lo habrás dado a conocer...

Guzmán, según fama, era incapaz de sentirle por ninguna mujer. Era así su naturaleza. En cuanto a ella, Verónica, ¿en qué había de fundarle?

Nació gimiendo; entre gruñidos y pataleos recibió el agua del bautismo, y gruñendo volvió a casa y continuó, sin cesar, muchos días, comiéndose los puños apretados y perneando rabioso, como sapo clavado en estaca, mientras la pacífica y rozagante Verónica, olvidada de su familia en el último confín del hogar, no se moría de hambre porque la niñera cuidaba, de propio impulso, de esos y otros menesteres.

Una noche, conversando Pepe Guzmán con su amiga, y cuando ya ésta comenzaba a curarse de sus impaciencias mortificantes con la cuerda reflexión de que no hay tesoro que merezca este nombre si cuesta adquirirle más de lo que vale, con la serenidad y el aplomo de quien cumple así lo establecido en un programa, hizo él malicioso y experto galán punto redondo en los temas vagos que hasta allí le habían servido desde algunos meses antes para entretener las displicencias de Verónica, y la condujo de repente al terreno que tanto ambicionaba ella; quiero decir, volviendo al símil tan repetido, que la retó de nuevo y que hasta se puso en guardia.

Y bien sabido se tenían Verónica y su padre que los intentos de la marquesa no podían traducirse en broma jamás. Siempre fueron órdenes sus lacónicas frases, y leyes inapelables sus deseos. Esto, en buena salud; ¡qué no sucedería cuando las molestias de la enfermedad la obligaban a ser más antojadiza y exigente?

En este método de vida, y sin pensar en abandonarle, porque no conocía otro más divertido, cumplió Verónica los veintidós años. Decían los cronistas de salones por escrito, y de palabra el enjambre de aduladores que cenaban en su casa y la perseguían en las ajenas, que era, por entonces, el dechado de todas las perfecciones escultóricas y el conjunto de todos los donaires del ingenio.

Prueba de ello es que cuando Verónica llegó a la edad de los celos y de las envidias, y tuvo razón bastante para distinguir los halagos de las durezas, no echó de menos los extremados mimos que se le prodigaban a todas horas a su hermano, criatura de lo más encanijado, llorón y cascarrabias que hubo venido nunca al mundo.

Durante la convalecencia de los dos enfermos, Leticia y Verónica, como si quisieran resarcirse de los afanes y tristezas que habían sufrido juntas como dos hermanas, mejor que como dos amigas, hablaron mucho, de muchísimas cosas: de todo menos del príncipe ruso y de su duelo con el subsecretario de Gobernación, y de Pepe Guzmán, que no asomaba por ningún sendero a cumplir la palabra empeñada con Verónica.

Palabra del Dia

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