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Actualizado: 27 de junio de 2025
Cualquiera que entonces entrase en ella por las calles de la Verónica o Novena y la atravesase en dirección a la plaza de San Antonio, habríase creído transportado a la capital de un pueblo en pleno goce del más acabado bienestar y aun de la paz más completa, si no mostrara otra cosa la multitud de uniformes militares, tan varios como alegres, que abundantemente se veían.
Desde aquellos días se echó en la casa de los marqueses de Montálvez una raya por debajo de lo vivido hasta allí, y se abrió una vida nueva, cuyo centro, cuyo eje, era el recién nacido heredero de los títulos y preeminencias de su padre; por lo que la pobre Verónica, elemento principalísimo de la vida vieja, quedó entre lo más alto y olvidado de la raya para arriba, como trasto inútil en obscuro desván.
Con esto, dio media vuelta la marquesa y no pareció su padre en mucho tiempo por aquella casa. Y así fueron corriendo los años, y llegó Verónica a contar diez bien cumplidos.
Escipión, ahogándose de cólera, quiere decir algo; pero se limita a herir furiosamente el suelo con el pie y se va con sus camaradas. CLEOPATRA. ¿Habéis oído, queridas amigas? Nos dejan partir. VERÓNICA. ¡Es terrible! ¡Nos echan! Es innoble. ¡Raptar a honradas mujeres, trastornarlo todo a media noche, despertar a los niños, suscitar desórdenes!
Había olvidado con desprecio á aquella detestable Verónica... ¡pero Luisa!... ¡una muchacha que era moza de retrete, y á la que he hecho casi una dama! Pero no la habéis dado marido, y ella se ha provisto de galán. ¡Pero qué galán! Cosas de las mujeres. ¿Y qué debo hacer?
Solo respondió sonriendo también su amiga . Porque por más que se afirmó entre los maldicientes lo contrario, yo creo que nada tenía que ver con él una dama muy aparatosa, de cierto pelaje, que le siguió muy de cerca al marcharse, lo mismo que le había seguido al llegar. ¿Alta y rubia? volvió a preguntar Verónica, recordando quizás las señas de la de Interlacken. Morena y baja respondió Leticia.
A Gonzalo le hacía mucha gracia este resabio de su contrincante; y una noche, mientras se ahogaba el pobre hombre «meeroodeeando» a obscuras en el huero caletre media docena de palabras al acaso, acercose el otro con gran sosiego a Verónica, y, en el tono menos gangoso que pudo, le dijo al oído con mucha formalidad: No te alarmes, chica; pero es indudable que ese sujeto tiene planes siniestros contra ti.
Volvió a contar las varillas de su abanico Verónica; calló también Sagrario, mirando el paisaje del suyo; y dijo a poco rato la primera, acaso por mudar de conversación, quizás porque realmente deseaba ver a su amiga apurar la materia a que se referían sus palabras: Volvamos un momento al caso aquel de tu teoría sobre... ¡Hola!... ¿Si te habrá caído en gracia? Se me ocurre un reparo que ponerte.
Vuelta Verónica a lo suyo y siguiendo en cuanto podía el tono de su amiga, atreviese a replicarla: Se me ocurre otro reparo que hacer, no a tu teoría precisamente, sino al modo que has tenido de ponerla en práctica: la patente que adquieras en tu matrimonio, de nada ha de servirte. ¿Por qué? Si es cierto lo que me has contado al oído...
Como lo oyes dijo la otra algo lisonjeada con el éxito de su confidencia. Y tú ¿de qué lo sabes? preguntó Verónica atreviéndose poco a poco. De que me lo ha confirmado él con la mayor desvergüenza. ¡Confirmado! ¿Luego ya lo sabías? Por Leticia, a quien se lo dijeron amigos íntimos de Gonzalo.
Palabra del Dia
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