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Actualizado: 25 de junio de 2025
«Es realmente lamentable decía que un diario que se precia de serio, La Mañana, publique tan pérfidas y calumniosas insinuaciones como la que aparece en el número de hoy... No tenemos por qué ocultarlo: la insidiosa inicial del «capitán P.», se refiere al capitán Pérez... ¡Más valiese haberlo nombrado!... Nosotros conocemos a este distinguido militar, con cuya amistad altamente nos honramos... Le sabemos pundonoroso y honesto... La noticia de que esté mezclado en la traición últimamente descubierta es falsa, absolutamente falsa.
Pero... ¿habría tenido la criminal imprudencia de casarse engañando a un hombre, ocultándole su pasado? ¡Lo pasado! En el largo catálogo de sus conquistas, ninguna recordaba don Juan que valiese lo que aquélla.
Con esto se ponía como sobre ascuas y muy alborotado y triste, sin que para ocultarlo le valiese el disimulo. Entonces don Paco jugaba peor: solía tener rey y caballo del mismo palo y se le olvidaba acusar veinte, o bien, si Juana le jugaba un oro y él tenía el as o el tres, se lo guardaba y no lo echaba.
Al hacerse servir en su cuarto el inspector general había creído que podría de este modo tener con la señora Miguelina una amistosa explicación que valiese por todas.
Pero no pareció poco ni mucho humillado, como si el ignorar tales cosas no valiese la pena de fijar la atención. Y la plática volvió, es claro, a rodar sobre caballos. El conde preparaba dos para las próximas carreras. De allí, como por la mano, entramos otra vez en el terreno de los toros, y de nuevo tuve ocasión de admirar los conocimientos del prócer y la afición.
Finalmente, las cornetas, los cuernos, las bocinas, los clarines, las trompetas, los tambores, la artillería, los arcabuces, y, sobre todo, el temeroso ruido de los carros, formaban todos juntos un son tan confuso y tan horrendo, que fue menester que don Quijote se valiese de todo su corazón para sufrirle; pero el de Sancho vino a tierra, y dio con él desmayado en las faldas de la duquesa, la cual le recibió en ellas, y a gran priesa mandó que le echasen agua en el rostro.
El único que le divertía algo era mi padre. No quiso el duque que mi padre recibiese a su tiempo, hereditariamente, el cargo familiar de mi abuelo, «porque decía esto se acaba conmigo; el nombre se pierde, gracias a Dios, y la casa se transmite al hijo de Beatriz, que es un Somavia; conque allá entonces que él haga lo que le pete». El conde deseaba cooperar a que mi padre se valiese por sí, mediante una profesión u oficio, y aun carrera.
No encontraba nada que valiese la pena de ser presentado en una mesa como la del príncipe, y eso que los precios pagados por él le producían indignación al compararlos con los de los tiempos de paz. ¡Y la servidumbre!... Había hecho venir criados de España, ya que todos los del país estaban en el ejército, pero se los sonsacaban inmediatamente los dueños de los hoteles.
Cien años habría yo buscado en el fondo de mi pecho torturado y abrasado, antes de encontrar una sola palabra que valiese un suspiro de aquel melodioso instrumento que decía tantas cosas y no sentía ninguna. Magdalena le escuchaba anhelante. Yo estaba detrás de ella tan cerca como permitía el respaldo de su butaca, en el cual me apoyaba.
Personas prudentísimas añadían entre guiños y palabras entrecortadas que la Eminencia Negra aconsejaba al General se valiese de los chinos para deprimir la tenaz dignidad de los naturales. Para tener sumiso á un pueblo, había dicho, no hay como humillarlo y rebajarlo á sus propios ojos. Pronto se había presentado una ocasion.
Palabra del Dia
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