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El símil, aunque nada culto, y acaso por eso, hizo reir a las costureras. A Valentina no le gustan los señoritos manifestó Encarnación. Hace bien; de los señoritos no se saca más que parola, tiempo perdido y a veces la desgracia para toda la vida dijo sentenciosamente doña Paula sin acordarse de que ella había sacado la felicidad. Tocante a eso, Sarrió está perdido.

Pasemos por alto la comida; don Camilo se sentó al lado de la señora y Valentina me dio la silla inmediata a la suya. Yo estuve hecho un necio durante toda la mesa; la alegría bulliciosa de Valentina me llenaba de tristeza; aun me parecía que se burlaba de , cuando su boca, no muy correcta por cierto, pero llena de gracia, dibujaba en su rostro aquella sonrisa que le era tan peculiar.

Yo llegué como a las diez... y os aseguro que los miércoles de mi tía Valentina no sobresalían por su loca alegría. Hacía veinte minutos que me aburría, cuando vi a Rogerio de Puymartin que se esquivaba con mucho disimulo. Lo alcanzo en el vestíbulo y le digo: «Espera, te acompañaré a tu casa. ¡Oh! no voy a casa. ¿Y dónde vas? A un baile. ¿En casa de quién?

Entonces, un sueño espantoso pasó por mis ojos. Me vi trasladado a los tiempos del colegio. En la puerta de calle vi a Valentina que parecía esperarme. Era el día de su santo. Llegué a su casa, le di el ramo de jazmines que llevaba para ella: me inquietó la presencia de don Camilo en la mesa.

Valentina no toma nada con seriedad; cada vez que la embroma, se ríe a carcajadas, y al pobre don Camilo le hacen tal efecto las risas que se queda como un muerto, de triste, siempre que mi hermana se ríe de él. Sentí toda la rabia ponzoñosa de los celos... ¿Valentina de otro?... ¡Pero eso no era, no sería posible!

Cada una es cada una, y la que más y la que menos sabe por dónde corre el agua del molino. Oyes, Valentina dijo Elvira sonriendo maliciosamente, cuando te cases, ¿piensas llevarlas de Cosme? Si las merezco las llevaré... Más quiero llevar dos bofetadas de mi Cosme que el desprecio de un señorito, ¡alza! Así me gusta; ¡aprended, aprended, chiquillas! dijo Pablito.

¡Oh, no! replicó el joven con forzada sonrisa, pasmado de aquella sangre fría. La disculpa, aunque bien urdida, no coló. Valentina estaba bien segura de lo que había visto. ¿Crees que se habrá tragado lo del pinchazo? preguntó Gonzalo con ansiedad luego que hubo salido. Tal vez no; pero no hay cuidado con ella. Es la más reservada de todas.

Pero en lo íntimo de mi corazón, yo había guardado el recuerdo de Valentina: la única criatura que había dejado en mi alma una memoria dulce y tranquila. Por largo tiempo nos habíamos escrito, pero después de la muerte de su hermano, nada sabía de ella.

Si usted me invita... No, no lo invito, pero quiero que venga me repuso con firmeza. ¿Usted lo manda?... avancé yo extendiéndole la mano. Valentina miró en derredor; nadie nos observaba; tomome la mano y oprimiéndomela con la suya: Lo exijo me dijo a media voz. ¡Valentina!...

Valentina se había puesto el ramo en la cintura con una coquetería innata, y alborotaba toda la casa mostrando mis flores como una maravilla. ¿Qué te ha regalado don Camilo? le preguntó Martín. Un álbum con su retrato. ¡Si vieras qué cache está el pobre! Niña, no digas eso le decía la madre. , mamá, ¿por qué no lo he de decir?