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En todo caso, una preciosa hereje dijo, y hasta podría deciros, ¡dos divinas herejes! Son dignas de verse las dos hermanas a caballo, en el Bosque, con dos pequeños grooms, de este alto, por detrás. Vamos, Pablo, cuéntanos ahora, lo que sepas... ese baile de que hablabas... ¿Cómo fuiste a casa de las americanas? ¡Por una gran casualidad! Mi tía Valentina se quedaba en su casa aquella noche.

Yo quise entregarle mi ramo calculando propicia la ocasión, pero ella no me dio tiempo. ¡Qué olor a jazmines! ¿usted los tiene? ¡Ah, qué lindo, qué lindo ramo! ¿Es para ? , Valentina... le contesté. ¡Gracias, muchas gracias! ¿Sabe que no creía que usted viniese? me dijo. ¿Por qué? Por nada, porque pensaba que no habría hecho caso a la broma de anoche.

Se murmuraba mucho de él entre las menestralas, con motivo del lance de Valentina, se le llamaba falso, traidor, bribón; pero todas ellas, hasta las mismas amigas de la víctima, le admiraban, le adoraban en secreto, y hubieran caído a pocos embates en sus brazos, por más que juraban y perjuraban que era bien tonta la que hacía caso de aquel miquitrefe.

Las escasas noticias, que insertamos aquí, relativas á los poetas de Valencia, han sido sacadas de las obras siguientes: Biblioteca Valentina, por Joseph Rodríguez, con la continuación de Ignacio Savalls: Valencia, 1747; en fol: Escritores del reino de Valencia desde el año 1238 hasta el de 1747, por Vicente Ximeno, tomo I y II: Valencia, 1747.

No voy a perder mucho tiempo en contar idilios de juventud, porque tengo la mano torpe y el corazón duro ya para narrar la historia vieja de los primeros afectos. Pero es que Valentina era muy linda cuando tenía dieciséis años, y debe serlo todavía a pesar de los treinta que ha de haber cumplido.

El buen Pablo se retorcía de dolor, pero sin gritar, porque respetaba mucho el sueño del papá de la feroz muchacha. Por Dios, Valentina, si estás equivocada... No fué más que un instante para preguntarle si había concluído de bordar mis pañuelos...

Sin embargo, usted me exigió que viniera... ¡Ah! ¿lo tomó usted como sacrificio? ¡Valentina!... ¡Si yo pudiera decirle todo lo feliz que usted me ha hecho! Entremos, Julio me repuso, poniéndose seria; y en ese momento la familia salía a recibirnos, y Valentina, abrazando a su madre, le decía: Mira, qué flores, mamá, ¿no es verdad que son divinas?

I, página 263. Rodríguez, Biblioteca Valentina, pág. 58. La Diana enamorada, nueva impresión con notas al Canto de Turia. Madrid, 1802, pág. 411. Latassa, Escritores aragoneses. Pamplona, 1798-1802. Aunque digan los eruditos españoles que peleó también en la batalla de Mühlberg, es erróneo, porque el año de su nacimiento es posterior á la fecha de esta batalla.

Pero, si la alegría del colegio era Martín, la alegría de su casa era Valentina, su hermana, una preciosa muchacha de dieciséis años que yo no podía tratar quince días, sin volverme al colegio con la cabeza llena de sueños y el alma llena de tristezas.

Valentina me esperaba y busqué a Valentina en el pueblo del colegio. Llevaba el espíritu enfermo y agitado bajo la influencia de los tormentos por que había atravesado y la realidad de un sueño de juventud iba a darme la eterna felicidad. Llegué y busqué la casa de Valentina. Ya no habitaba su familia en ella. Averigüé y la encontré al fin.