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Actualizado: 5 de julio de 2025
La presencia nuestra le contuvo unos instantes en el umbral de la caverna; pero rehaciéndose enseguida, avanzó dos pasos, menospreciando las protestas de Canelo, y se incorporó sobre sus patas traseras, dando al mismo tiempo un berrido y alzando las manos hasta cerca del hocico, como si exclamara: ¡Pero estos hombres que se atreven a tanto, son mucho más brutos que yo!
Sea de ello lo que fuere, puesto que lo encontramos en el umbral de nuestra narración, por decirlo así, no podemos menos que arrancar una de sus flores y ofrecérsela al lector, esperando que simbolice alguna apacible lección de moral, ya se desprenda de estas páginas, ó ya sirva para mitigar el sombrío desenlace de una historia de fragilidad humana y de dolor.
Cansados de buscar, regresamos a la estancia, y al traspasar el umbral, la tos que el misterioso personaje padecía, aumentó de tal manera que oímos claramente que se ahogaba; esa horrible tos degeneró en ronquido, en estertor, y repentinamente se oyeron maullar, chillar horriblemente, en todas las disonancias imaginables, un crecido número de gatos.
Pero al atravesar el umbral de la casa de Dios, y detenerse entre la puerta y el cancel, y ver allá dentro, enfrente, las luces del baptisterio, una emoción religiosa, dulcísima, empapada de un misterio no exento de cierto terror vago, esfumada, ante la incertidumbre del porvenir, le había dominado hasta hacerle olvidarse de todos aquellos miserables que le rodeaban. Sólo veía a Dios y a su hijo.
En el umbral pudo exclamar al cabo: ¡Si levantase la cabeza tal día como hoy tu madre que en gloria esté!
¡Qué asombro, qué insólita impresión sentí en todo mi ser cuando, traspuesto el umbral del último desfiladero de la montaña, me volví á ver en la gran llanura de indistintas y fugitivas lontananzas de ilimitado espacio! Ante mí estaba el mundo inmenso.
Extendiendo la vara de su oficio con la mano izquierda, puso la derecha sobre el hombro de una mujer joven á la que hacía avanzar, empujándola, hasta que, en el umbral de la prisión, aquella le repelió con un movimiento que indicaba dignidad natural y fuerza de carácter, y salió al aire libre como si lo hiciera por su propia voluntad.
Hoy, antes de entrar en su cuarto, me detuve un momento en el umbral, según suelo hacerlo, para reunir mis energías, y oí que le decía a su padre con voz infantil, llena de ternura: » ¡Estoy muy mala!... ¿Pero usted, papá, me salvará? Porque si yo muriera añadió en voz baja, moriría él también. » Sí, Magdalena mía, sí: si tú mueres, también yo moriré. »Entonces entré y me senté a su cabecera.
Martín, un poco cortado, menea dulcemente la cabeza. Mi despacho balbucea al fin. Y como Juan da un paso para abrir la puerta, lo detiene por el faldón de la chaqueta. Te ruego refunfuña que no franquees ese umbral; ni hoy, ni nunca... tengo mis razones.
Un rayo de luz le hace alzar los ojos. Es Gertrudis que, de pie en el umbral de la puerta, con una lámpara en la mano, aparece toda confusa. Su gracioso rostro está cubierto de vivo color y sus pestañas bajas lanzan sobre sus mejillas dos sombras semicirculares. ¡Qué loquilla eres! dice Martín acariciando tiernamente sus cabellos en desorden.
Palabra del Dia
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