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Actualizado: 5 de junio de 2025
Volvió sobre sus pasos, llegó a la casa y, tras una corta vacilación, abrió con trabajo la puerta. Entró, con gesto decidido y severo. En el umbral de su habitáculo apareció el portero, sonriendo cortésmente. Escuche usted, amigo mío... Una joven estudianta acaba de entrar. ¿En qué piso vive? ¿Por qué le interesa a usted?
Algunos ratos, los pasaba yo rogando en alta voz junto a su lecho: su hermano, arrodillado en el umbral de la puerta, parecía escuchar el rezo. ¡Qué espectáculo más triste el que presentaba aquella habitación!
Ah-Fe subió silenciosamente las escaleras, entrose hacia el aposento delantero, dejó el cesto y esperó en el umbral. Una mujer sentada a la fría y agrisada luz de la ventana, con una niña en la falda, levantose con indiferencia y se fue hacia el visitante.
Quiso volver a su cama, pero había perdido el rumbo, la disposición de la habitación se había trastornado completamente para él. Se detuvo un segundo en el centro del cuarto, procurando orientarse en vano; tocó una puerta, encontrola abierta y al pasar el umbral, sintió un olor característico a lienzos quemados.
Yo me apartaba de él lo más que podía, pero en el fondo de mi corazón resonaba este grito de gozo: «¡Me ha tenido en sus brazos!» En el umbral de la puerta, el anciano médico salió a nuestro encuentro y nos tendió las manos diciendo: Marta está mejor, hijos míos, mejor de lo que esperaba. En el fondo de mi corazón resonaba este grito de gozo: «¡Me ha tenido en sus brazos!»
Una niña de diez o doce años había dejado su rueca para tapar las piernas del enfermo con un trozo de alfombra vieja que le servía de manta. Dos o tres niños indiferentes a aquel espectáculo, jugaban sobre el umbral de la puerta a los rayos del sol poniente, con una alegría tan llena de franqueza y de despreocupación, que se me oprimió el corazón.
¿Quién está ahí? gritó una voz, cuyo timbre grave y poderoso había creído oír a menudo, en mis desvelos como en mis sueños. Una sombra apareció en el umbral: era él. Nubes rojas flotaron delante de mis ojos. Me pareció que mis pies habían echado raíces en el suelo. Respiraba con dificultad y me apoyé en el pilar de la escalera.
Sin embargo, tú eres su hermano; intercede por mí junto a él, ruégale que me diga qué hay dentro. ¡Si vieras cuan intrigada estoy! ¿Te figuras que me lo dirá? Entonces tendremos que consolarnos juntos... Ven. Y, de un salto, transpone los tres peldaños que conducen al umbral de la puerta.
Nos acercamos al caserío. No hubo necesidad de llamar; la puerta se hallaba abierta y en el umbral se encontraban la hija del inglés en compañía de una muchacha morena, desgarbada, con los pies desnudos. La hija del capitán tenía los ojos como de haber llorado. ¡Cuánto ha tardado usted! me dijo. No he podido venir antes. Vamos a ver a mi padre.
No cambió su expresión a la vista de Adriana, ni pareció sorprenderle la presencia de Julio. Laura le saludó gentilmente y con un gesto le indicó que se acercara. Pero él, rígido en el umbral de la puerta, parecía querer pronunciar una frase, sin conseguirlo. Laura le observaba ahora con una curiosidad infantil. ¿Podría la sirvienta dijo Muñoz al fin acompañarla a su casa?
Palabra del Dia
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