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Actualizado: 5 de julio de 2025
¿Quién? preguntó Pampa acercándose a la reja; señor no estando; niño, tampoco. Misia Casilda, en el umbral del gabinete, se asomaba, por la curiosidad de saber quién era... Que pase ese caballero, Pampa; déjale pasar.
En tanto, Alonso abría la puerta de la alcoba, y sin traspasar el umbral de ella, en voz baja y con respetuoso acento, hablaba de una persona muerta allí nueve años antes, de la puerta cerrada, del retrato, de la quema de papeles, de la piedad de la señora marquesa...
Con un pequeño latir en el corazón, pensaba Delaberge en la vieja hospedería con su umbral, al que se subía por cinco escalones y con su muestra de hierro enmohecido, en los ojos lánguidamente soñadores de la señora Miguelina y en la figura rabelesiana y llena de malicia de su esposo...
Retrocedió dos pasos y se arrojó con tal fuerza contra la puerta, que esta no quedó, evidentemente, en estado de recibir otro golpe. En el mismo instante se abrió la puerta y Lea, muy pálida, apareció en el umbral. Con un ademán indicó la casa á Sorege y dijo con voz cansada: Puesto que no puedo escapar á su persecución, entre usted.
Pocos momentos después el cazador apareció en el umbral y agitó el sombrero, lo cual produjo a los jóvenes viva satisfacción.
Juzgó Antonio lo más acertado ordenar a un tal Paulino, muy adicto suyo y hombre de toda confianza, que pasara la noche en mi estancia, en el umbral mismo de la puerta-ventana, para ayudar a aclarar el molesto, si bien un tanto ridículo misterio.
Cuando en él desembarcan, tía Nisca se deja caer en el umbral de la primera puerta que hallan al paso. Con los codos sobre sus rodillas, la cabeza entre las manos, los ojos fijos en la fragata y la cara inundada en llanto, espera inmóvil, como una estatua del dolor, á que el buque desaparezca.
Ambos se detuvieron en el umbral, sobrecogidos de emoción, cuando el cuarto obscuro, iluminado solamente por el fulgor dudoso de las estrellas, se abrió ante sus ojos. Toda huella de la muerta había desaparecido; sólo la cama vacía, cuyos montantes se dibujaban negros sobre la pared gris, hacía ver que la que lo ocupaba había elegido otro lecho.
En que se sabe lo que fue de Cervantes. Llegado había nuestro Miguel más muerto que vivo, amparado por la soledad de las calles y lo tenebroso de la noche, a la puerta de la casa de su amigo Carrascosa, y apenas si había tenido fuerzas para llamar a ella; que cuando la amiga del bachiller, a medio vestir, y no con gran empacho, bajó y abrió la puerta, encontrósele en el umbral poco menos que tendido y punto menos que desmayado.
Después de pasar el umbral de la Iglesia, Ramiro tiraba de una cuerda oculta detrás de la portada, y, casi al instante, allá arriba, a una altura vertiginosa para sus ojos de niño, asomaba, por un agujero practicado en la bóveda, un rostro diminuto de mujer o de hombre.
Palabra del Dia
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