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Actualizado: 1 de junio de 2025
Esto puso fin a la tranquilidad de «la Papisa», y la hizo erguirse con altivez. Las lecturas románticas de la juventud acudieron a su memoria. Habló como una reina ultrajada al final de un capítulo de novela histórica. Caballero, soy Genovart por mi padre. Mi madre era Febrer, pero tanto valen los unos como los otros.
Siguió festejando con la misma asiduidad, quizá con alguna más, a la heredera de Estrada-Rosa, pero no podía hablar a la señora de Quiñones sin sentirse turbado; las miradas que se dirigían eran largas, intencionadas; sus apretones de manos vivos, impregnados de cariño. Ambos disimulaban delante de Fernanda como si fuese ya la esposa ultrajada. ¡Y aún no se habían dicho una palabra de amor!
Aunque os insulten, aunque os escupan en la cara, no dejéis de llorar, señores sabinos; debemos derramar lágrimas pensando en la ley ultrajada, en el derecho pisoteado. ¡Adelante, sabinos! ¡Trompetas, tocad la marcha fúnebre! ¡Dos pasos al frente, un paso atrás! ¡Dos pasos al frente, un paso atrás! CLEOPATRA. Espera, Marcio... ¡Un momento! MARCIO. ¡Déjame, mujer!
Menos Josefina, que no podía explicarse todo el alcance de la conversación, todos tomaron parte en ella: mostrando su opinión unos acaloradamente, con tibieza otros, como quien ignora la de los dueños de la casa y no quiere desagradar; este hablando en nombre de la moral ultrajada, y aquél tratando de darse por ingenioso, mientras alguno comía en silencio, riéndose para sus adentros en general de la virtud, y en particular de los virtuosos.
Madre mía, haga usted volver al señor sus presentes, saliendo en seguida con un paso de reina ultrajada. La señora de Laroque la siguió. Al mismo tiempo lancé el contrato en la chimenea. Señor me dijo entonces el señor de Bevallan con tono amenazador hay aquí una intriga cuyo secreto sabré. Señor, voy á decírselo respondí.
Si alguien hubiera tenido entonces fija la vista en el rostro de Félix, le hubiera visto demudarse; pero nadie notó que aquel hombre frunciera un instante el entrecejo, mordiéndose los labios, como para no decir lo que desde el fondo de la conciencia les mandaba la dignidad ultrajada.
En cuanto al marido, no veía en tamaña desfachatez más que el sarcasmo terrible de la esposa ultrajada. Le parecía muy natural que el cónyuge engañado se entretuviera en aquellos pródromos de ironía antes de tomar terrible venganza. Así sucedía en las tragedias, y hasta en las óperas.
Hé aquí lo que dije al escribir su biografía: «Sin aceptar el tiranicidio como doctrina absoluta, sin creer que un puñal pueda operar una revolucion social, y sin participar del entusiasmo poco reflexivo que ha colocado una corona sobre las sienes de Bruto matador de Julio César ¿quién es aquel que llamaria bárbaro y criminal al brazo levantado contra Rosas? ¿Quién aquel que reputaria inmoral la accion de acabar con una existencia manchada por el crímen, de paralizar una mano apta tan solo para el degüello, y de librar á la sociedad ultrajada de un verdugo que ha conculcado las leyes humanas y divinas?
Allí estaba, sola, abandonada, vendida, ultrajada, calumniada, con las muñecas heridas por mano brutal y el rostro marchito por la enfermedad, el terror y el dolor.... Pensando en esto, la oración se interrumpió en labios de Julián, la corriente del existir retrocedió diez años, y en un transporte de los que en él eran poco frecuentes, pero súbitos e irresistibles, cayó de hinojos, abrió los brazos, besó ardientemente la pared del nicho, sollozando como niño o mujer, frotando las mejillas contra la fría superficie, clavando las uñas en la cal, hasta arrancarla....
Si usted bromea, señor lord, yo soy hombre serio repuso D. Pedro . Yo tomo a mi cargo la defensa de esa ultrajada señora que acaba de salir; yo desharé su agravio y me tomo a pechos el castigar esta gran injuria que ha recibido limpiando con la sangre del traidor la infame mancha. Esto digo sin nada de quijotería. Ya se ve... en esta casa no me entienden.
Palabra del Dia
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