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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Algunas noches oía lejanos y vagos, al través de los gruesos muros, lamentos y sollozos en las mazmorras inmediatas. Una mañana le despertaron varios truenos, a pesar de que un rayo de sol se filtraba por el ventanillo. Oyendo a los carceleros en el inmediato corredor, comprendió el misterio. Habían fusilado a algunos de los presos. Luna acogía como una felicidad la esperanza de la muerte.
Lucina plebeya Vestíase Amparo, antes de salir a la Fábrica, reflexionando que diluviaba, que de noche se habían oído varios truenos, que se quedaría gustosa en casa, y aún entre cobertores, si no necesitase saber noticias, excitarse, oír voces anhelosas que decían: «Ahora sí que llegó la nuestra.... Macarroni se va de esta vez... hay un parte de Madrí, que viene la república... mañana se proclama».
Y de unas jiras, o fiestas de campo, hablaba de tal manera don Manuel, así como de ciertas cenas en la fonda de un francés, que cuando contaba de ellas no podía estar sentado; y daba con el puño sobre la mesa que le andaba cerca, como para acentuar las palabras, y arreciaban los truenos, y abría cuantas ventanas o puertas hallaba a mano.
Pero las campanas hacen oír todavía la querida música que acarició sus tímpanos el día de la confirmación, como una promesa de ventura... A la izquierda, la posada... ¡mil truenos!... tiene una puerta cochera nueva tallada de piedra y en la ventana se ven enormes botellas llenas de líquidos de color rojo brillante y verde de arsénico. ¡Ha prosperado el posadero de «La Corona»!
Algunas noches cuando la tempestad alumbraba con cárdenos reflejos las cumbres de la serranía, me complacía yo en admirar los fuegos de la tormenta, los relámpagos que se sucedían sin cesar con el estrépito de mil truenos que, repetidos por los ecos, aumentaban la grandeza de aquel espectáculo celeste, como si a toda carrera cruzaran por el cielo cien trenes de guerra, al estallido de mil y mil cañones.
Podrá ser que me equivoque, pero lo dudo replicó la López Moreno, que no renunciaba fácilmente a la honra de haber sido amenazada por un puño real. El general Pastor oíalo todo complacidísimo, viendo en aquella catástrofe los primeros truenos de la terrible tempestad que comenzaba a desencadenarse en España.
Oíanse ruidos insensatos, absurdos; nada de seguido, sino truenos discordantes, silbidos tan ásperos como los de las máquinas de vapor, al extremo de tener uno que taparse los oídos. Aturdido de un espectáculo que entorpecía los sentidos, traté de recobrarme: apoyándome en un muro que se internaba y no hubiera consentido que la furiosa me arrastrara, comprendí mejor aquella algarabía.
Allá abajo se veían las oscuras olas del Pacífico batir las concavidades de la roca, produciendo sonoros truenos, al mismo tiempo que heridas por un rayo de luna, olas y espumas brillaban como chispas de fuego, como puñados de brillantes que arrojase al aire algun genio del abismo. Miró en derredor suyo. Estaba solo.
A la caída de la tarde la violencia de la tormenta había terminado; cesaron los truenos, se apagaron los relámpagos, é inmediatamente la luna, asomándose por la cumbre lejana, pareció dispersar por el cielo los jirones de nube, lo mismo que un navío rompe con su proa las flotantes islas de alga.
Sintiéndose, pues, soplar don Quijote, dijo: -Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos de llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo, las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se engendran en la tercera región, y si es que desta manera vamos subiendo, presto daremos en la región del fuego, y no sé yo cómo templar esta clavija para que no subamos donde nos abrasemos.
Palabra del Dia
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