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Actualizado: 6 de junio de 2025
Y don Pompeyo se colocó delante de la cortina de percal para cortar el paso al obispo-madre. ¿Quién va? ¿quién va? gritó desde dentro Barinaga ronco y jadeante. Son las Paulinas respondió Guimarán. ¡Rayos y truenos! fuera de mi casa.... ¿No tiene usted una escoba, don Pompeyo? Fuego en ellas... infames... ¿y no anda ahí un cura también?...
Un rugido de entusiasmo saludó el principio de la traca, diversión favorita de un pueblo que ha heredado de los moros la afición a correr la pólvora. Pendiente de los árboles daba la vuelta al largo paseo aquella envoltura de papel rellena de pólvora, colgando a trechos los blancos cucuruchos que contenían los truenos. Durante media hora repitió el eco aquel estruendo de batalla.
¡Ah! levanta los ojos... ¡Mil truenos! ¡qué encantadora muchacha!... ¡Qué vivo color el de sus redondas mejillas! ¡qué brillo el de sus ojos negros! ¡cómo piden besos sus labios finamente dibujados! Al verlo a su vez, ella deja caer la azada; después lo mira fijamente. Buenos días dice el joven llevando la mano a su gorra con ademán un poco cohibido. ¿Sabe usted si el molinero está en casa?
Una noche, ya al final de septiembre, me había retrasado. Estaba solo en el Rompeolas; el mar, agitado, hacía el estrépito de una serie de truenos al chocar contra las rocas, y levantaba nubes de espuma. Oí en el reloj de la iglesia que daban las once de la noche, y me dirigí hacia casa.
Señor cura, tengo miedo. ¿A qué tienes miedo, gran yegua? Señor cura, tengo miedo a los truenos... ¿Y qué hace un hombre en este caso, barájoles?
Por poco que sepa leer en él, ya no habrá medio de hacer tomar a ustedes una X por una V. Hay corazones que están abandonados, pero se adivinan lingotes de oro debajo del barro; otros son brillantes... corazones bien nutridos, por decirlo así, de arsénico... Relucen, centellean de lejos como de cerca; al verlos, no se puede menos de exclamar: «¡Rayos y truenos!...» y no son más que oropel.
Al pie de la pieza más próxima se erguía, con el tirador en las manos, un artillero de cara impasible. Debía estar sordo. Su embrutecimiento facial delataba cierta autoridad. Para él, la vida no era mas que una serie de tirones y de truenos. Conocía su importancia. Era el servidor de la tormenta, el guardián del rayo. ¡Fuego! gritó el sargento. Y el trueno estalló á su voz.
Citaré únicamente, para concluir, mis últimas emociones en la que llamaré nuestra ciudad eterna. Había llegado el momento de regresar á Madrid, al mundo de la política y de los negocios..... La tarde era tempestuosa..... Negras nubes y remotos truenos amenazaban á los toledanos con una gran tormenta.
Pero vuelven otra vez y continúa la ronda graciosa, repitiéndose de nuevo las ruidosas travesuras cortadas por los truenos. ¿Y el adagio? ¿Qué me dice usted de él? ¿Conoce algo más dulce, más amoroso y de tan divina serenidad? Los seres humanos no llegarán a hablar así por más progresos que hagan.
Ordena, yo obedecere. Yo soy quien vuela sobre el aquilon y el que prepara las tormentas. La tempestad que he dejado detras de mi esta todavia ardiendo con los fuegos de los truenos y de los relampagos. Para llegar mas pronto en donde tu te hallas ha atravesado la tierra y los mares en un huracan.
Palabra del Dia
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