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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Iban pasando los cansados días del verano, que es en Madrid la estación de las tristezas, porque el sueño y el apetito escasean, la sociedad disminuye, y los que aquí se quedan parece que comen el pan de la emigración.
Mis ojos negros no hacían pensar que yo me impacientase en las tristezas de la espera de un esposo soñado; mis cabellos indisciplinados, de matices cenicientos, no atestiguaban un carácter melancólico, y mi sonrisa no indicaba ninguna decepción del corazón. La abuela sonrió maliciosamente sin dejar de mover la cabeza. Sí, sí; confieso que no has llegado todavía a la decrepitud.
Por él supe el estado de salud de Magdalena, y ella, sin duda, supo también que nada tenía que temer en cuanto a la vida del viajero; pero eso fue todo. Nada le diré a usted de aquel viaje, el más hermoso y el menos aprovechable que jamás he hecho. Siéntome, como humillado, cuando pienso que hay países en el mundo en los cuales he paseado tristezas tan vulgares y vertido lágrimas tan poco viriles.
Al formular la acusación no había pensado que lo que iba a decir al magistrado llegaría un día a ser conocido por la multitud; que él mismo tendría que repetirlo en presencia de un gentío henchido de curiosidad malsana: que el nombre del ser amado correría de boca en boca, que la demostración de la inocencia de su amor no obtendría crédito; que después de haber causado en vida tantas tristezas a su amada, contribuiría personalmente a envilecer su recuerdo.
Tiempo hacía que Maxi se había dedicado a mirar al cielo. «Mire uste, Sr. D. Evaristo dijo sintiéndose lleno y ahíto de aquella espiritual sustancia, acopiada a fuerza de barajar sus tristezas con las hojas de los libros . La desgracia me ha hecho a mí volver los ojos a las cosas que no se ven ni se tocan.
Muy pocas horas después de hecho este cálculo, fue cuando a la marquesa se le ocurrió caer en la cuenta de que con la muerte de su padre y de su hijo, aquella casa que habitaba tanto tiempo hacía, en la calle de Hortaleza, le parecía un cementerio sombrío: veía a las «queridas prendas» de su corazón, doloridas y agonizando, en cada rincón, en cada mueble y a cada instante; su espíritu, tan combatido por los males del cuerpo y por las tristezas del alma, no estaba para grandes pruebas, y le era indispensable «salir de allí... a cualquiera parte».
Otros papiros dan muestra de la decadencia literaria, de la corrupción que se fué introduciendo en el idioma, del mayor número de extravagancias, supersticiones y tristezas que conturbaron los espíritus, de la poderosa reorganización del imperio por Diocleciano y Constantino, del triunfo de la religión cristiana, y de la vergüenza de la universal bancarrota del Estado y del rebajamiento en la ley de la moneda.
Pero, si la alegría del colegio era Martín, la alegría de su casa era Valentina, su hermana, una preciosa muchacha de dieciséis años que yo no podía tratar quince días, sin volverme al colegio con la cabeza llena de sueños y el alma llena de tristezas.
Se aproximó más a la cama; a los pies estaba amontonada ropa blanca, de que se había despojado Emma después de metida entre sábanas, según su costumbre. También ahora los recuerdos de los sentidos le hablaron a Bonis de tristezas, y tras rápida reflexión, se sintió alarmado.
Los dioses, los héroes, la vida al aire libre, el arte por religión, un cielo lleno de pasiones humanas, el contento de este mundo... el olvido de las tristezas hondas, del porvenir incierto... un pueblo joven, sano en suma.... Quisiera saber dibujar para dar formas a estas imágenes de la Mitología que me asedian».
Palabra del Dia
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