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Actualizado: 25 de julio de 2025
Ella le interrogaba con los tristes ojos preñados de lágrimas; la Villasis dijo entonces moviendo lentamente la cabeza: Eres turco y no te creo... Elvira bajó anonadada la suya, porque le pareció que aquellas palabras derrumbaban de un golpe el castillo que allá en el fondo de su corazón levantaron antes la esperanza y el deseo.
Pero el arma fatal había caído de las manos de Carlos. »Ya lo ve usted me dijo; es más fuerte que yo. Sin usted, ¿qué sería yo en este momento? ¡Un parricida!... murmuró en voz baja, y temblando con todo su cuerpo, permaneció con la cabeza apoyada entre sus manos. »Con objeto de que volviesen a su imaginación ideas menos tristes, me aproximé a él y le hablé del proyecto de nuestro matrimonio.
Busqué, en vano, con la vista el jardín donde aquellos tristes amores habían comenzado, busqué el palacio del noble poeta. ¡Cuánta alegría desvanecida! ¡Cuánta actividad aniquilada! ¡Cuánta palabra de amor, cuánta lágrima, cuánto afán, cuánto suspiro disipados para siempre! ¿Para siempre? ¿Por qué?
Mas ¡ay! cuando se cae la venda de los ojos, el bello panorama tórnase en funeral... ¡los que gratos nos fueron, hoy nos causan enojos! ¡lo que fué nuestra dicha, es ahora nuestro mal! Entonces es en vano que alcemos las miradas hacia el límpido cielo do dicen que está Dios; ¡no tendrán ningún eco nuestras tristes baladas y de los sueños idos se perderán en pos...!
Concluidas las banderas, que eran de ricas telas y estaban bordadas con gran primor, fueron entregadas solemnemente á la Milicia Nacional de Sevilla, la cual las recibió con gran estima y aprecio; y cuando llegaron los días difíciles y tristes de 1823, en que las tropas de Angulema invadieron á Sevilla, y los bravos milicianos siguieron á Cádiz los últimos restos del gobierno constitucional, llevando consigo aquel monarca traidor, infame y trapacero, el emblema de unas almas libres en que manos cariñosas y delicadas habían trabajado ondeó en el Trocadero á la vista de los soldados de la Santa Alianza.
Al dejar la muralla de la ciudad tártara, seguimos mucho tiempo caminando entre las cercas de los jardines sagrados que rodean el templo de Confucio. Era el fin de otoño; ya las hojas estaban amarillas; una dulzura suave erraba en el aire. De los kioscos santos salía un susurro de cánticos monótonos y tristes.
Uno de sus perros murió con la cabeza apoyada en sus rodillas, mirándolo hasta el último instante con sus ojos apagados y tristes, y cuando lo vio ya rígido, cuando sintió frío e inerte el cuerpo antes vibrante bajo sus caricias, cuando hubo comprendido el misterio de la muerte, el llanto, un llanto mudo y copioso se desbordó de sus ojos.
Pero ¿quién que sintiese como él sentia, quién que como él se viese rodeado de tan rebeldes circunstancias cuando apenas lucia la primer aurora de la libertad de su patria, quién que como él la encontrase amenazada de ser envuelta entre las sombras de una devastadora tempestad en el momento mismo de nacer, no hubiera tratado de evitar á toda costa las tristes consecuencias que resultarian de la desunion entre los elementos políticos que debian formar entonces su mas firme apoyo?
Ansi estan encogidos y encerrados Los tristes Numantinos en sus muros; Ni ellos pueden salir ni ser entrados, Y estan de los asaltos bien seguros; Pero en solo mirar que están privados De exercitar sus fuertes brazos duros, Con horrendos acentos y feroces La guerra piden ó la muerte á voces.
Allí encontramos donde quiera desaseo en las calles, vestidos tristes, descuidados y sin ningún carácter, calles tortuosas, feas y desapacibles, y casas de aspecto muy poco simpático. Por fortuna, si la mugre y la basura aumentan la tristeza de esas calles, el movimiento industrial y comercial les da alguna animacion de otro género.
Palabra del Dia
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