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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Doncella dijo el Cojuelo debía de ser de allá ; pero si quieres prosiguió que tomemos los dos venganza del Autor y del Representante, espera y verás cómo lo trazo; porque agora quieren repartir una comedia con que han de secundar en Madrid, y sobre los papeles has de ver lo que pasa.
Tomarás un auto, aquí tienes dinero; que dentro de cinco minutos tenga él esta carta. Trazó nerviosamente algunos renglones, suplicando a Julio, en nombre de Adriana, que viniese sin demora. Puso el papel en un sobre y escribió la dirección. Pero cuando Lola iba a salir, entró Adriana. Adivinándolo todo, le quitó la carta. Tuvo un ligero gesto de vacilación. Cerró los ojos, suspirando.
Se había roto el horizonte en llamas lo mismo que en una explosión, surgiendo el astro cielo arriba, cual un proyectil inflamado, para no detenerse hasta que su reflejo trazó una ancha faja de resplandor sobre las aguas de la bahía.
El viejo tomó la pluma y con vacilante mano trazó esta carta, que recibió el realista pocos días después. "Querido y respetable señor: Lazarillo, mi nieto y sobrino de vuesa merced, quiere ir á Madrid. Se le ha puesto en la cabeza que ahí podrá hacer fortuna: dice que no puede estar en el pueblo. Y, en efecto, querido señor, esto está malo.
Está empeñado hasta los ojos, y el día en que los acreedores se echen encima, no tendrá camisa que ponerse. La pobre Milagros es muy buena, es un alma de Dios; pero hay que reconocer que es muy gastadora. Si le ponen mil duros en la mano, se los gasta en un día como si fueran cien reales. Yo le doy consejos, lo predico, le trazo un plan, un método; pero ¡quia!, es inútil.
Sabe Dios si amor me esfuerza Que mi buen intento tuerza; Pero ya el mundo trazó Estas leyes, a quien yo He de obedecer por fuerza. Sale FELICIANA. FELIC. Perdona, hermano, si soy Más piadosa que quisieras. Espera, ¿de qué te alteras? D. TELL. ¡Qué necia estás! FELIC. Necia estoy; Pero soy, Tello, mujer, Y es terrible tu porfía.
Las parlerías de doña Alvarez, y además las desnudas estatuas de metal y de mármol, traídas de Italia por don Alonso, habían disipado desde temprano su inocencia. Leocadia, su criada favorita, después de restregarla y besarla los pies repetidas veces, estirábala ahora, sobre las piernas, las ceñidas medias color de bronce, cuya seda reflejó, sobre la escultural perfección, firme trazo de luz.
Así predispuesto y valiéndose de los datos que ya tenía, trazó don Andrés en su mente el carácter de Juanita y compuso a su manera la historia de la muchacha. Para explicarse el empeño que ella formaba en salvar al hijo del herrador, dio por cierto que había sido muy prematuramente su amiga.
De pronto y en el momento en que Jenny pronunciaba las últimas palabras y emitía con punzante sentimiento las notas de la cadencia final, sus ojos se quedaron fijos, su cara se cubrió de mortal palidez, su brazo se levantó y trazó en el vacío un ademán de terror, la voz expiró en sus labios, y apoyada en el piano para no caer, la cantante permaneció inmóvil, aterradora en su actitud de trágico espanto.
Lucía trazó con vehemencia el cuadro de la felicidad pastoril; pintó la vida sencilla, frugal, inocente, del campo, las inefables dulzuras de la familia; se representó a Miguel saliendo de casa y viniendo rendido de fatiga a la hora del crepúsculo para descansar en sus brazos; a ella cosiendo o bordando a su lado; otras veces, yendo a la pesca juntos, o a dar un paseo a caballo, o a coger moras silvestres por el campo...
Palabra del Dia
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