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Actualizado: 22 de junio de 2025
Sentados en andamios y teniendo a sus pies el mar, pintaban los costados del buque balanceándose sobre el abismo. Desaparecían rápidamente todos los ultrajes que las olas, el aire salino y los roces en las entradas de los puertos habían inferido al trasatlántico. La pintura se esparcía pródigamente, lo mismo que en el tocador de una coqueta vieja.
Al detenerse el trasatlántico, después de tantos días de marcha, una sensación de extrañeza pareció circular por todo él, desde la quilla a lo alto de los mástiles. Fue poco después de la salida del sol, y todos los pasajeros, aun los menos madrugadores, despertaron casi a un tiempo, con el mismo sobresalto del que experimenta una dificultad repentina en sus órganos respiratorios.
Alrededor del Goethe habíase establecido un pueblo flotante y movible que se deslizaba por sus flancos con acompañamiento de choques de proas, enredos de palas y continuos llamamientos a las filas de cabezas curiosas que orlaban los diversos pisos del trasatlántico. Eran lanchas de remo, barcas de vela, pequeños vaporcitos, robustas gabarras con montones de carbón.
En la inmovilidad de los puertos entraban por el ventano el chirrido de las grúas, los gritos de los cargadores, las conversaciones de los que ocupaban los botes en torno del trasatlántico. En alta mar era el silencio fresco y rumoroso de la inmensidad lo que llenaba su dormitorio.
Las magnificencias interiores de la bahía iban desarrollándose ante la muchedumbre agolpada en las bordas del trasatlántico. Aparecían entre los cabos de basalto coronados de vegetación extensas playas con pueblecitos de color rosa y torres de iglesia blancas, rematadas por una cúpula de azulejos.
Habían llegado al buque en franca enemistad. Hasta el último momento habló ella de la conveniencia de fugarse. Propuso nuevos paseos por el interior de Río Janeiro, se retardó en los cafés y las tiendas, con el visible propósito de que pasase el tiempo y el trasatlántico se marchara sin ellos. Al final, Ojeda se había irritado, imponiendo autoritariamente la vuelta inmediata al Goethe.
Así se perdió en la sombra, con la precipitación de la fuga y la insolencia de una venganza próxima, el último trasatlántico alemán que tocó en las costas francesas. Esto había sido en la noche anterior. Aún no iban transcurridas veinticuatro horas, pero Desnoyers lo consideraba como un suceso lejano de vagorosa realidad.
Ojeda abandonó su asiento para unirse al grupo, y los dormitantes que estaban cerca se incorporaron igualmente, corriendo con la infantil curiosidad que inspiraba el menor suceso en la monótona existencía de a bordo... El velero estaba a corta distancia del trasatlántico, moviéndose ante su proa como una montaña de blancos lienzos cuadrangulares ligeramente rosados por el sol.
Voy a tomar el trasatlántico para contar a los señores de América mi descubrimiento, y en seguida vuelvo...»! ¡Como si con los medios de comunicación de nuestra época y lo difundido que está el libro, fuese posible ir a parte alguna con una idea reciente sin que al momento salten treinta o cuarenta diciendo: «Eso ya lo sabía yo...»!
El lejano perfume de su persona y su elegante gallardía le recordaban á ciertas señoras que viajaban solas cuando él era capitán de trasatlántico. ¡Pero habían sido tan rápidos estos conocimientos y estaban tan lejanos!... Nunca, en su historia de vagabundo mundial, tendría la fortuna de conseguir una mujer como ésta.
Palabra del Dia
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