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Actualizado: 22 de junio de 2025
Había hecho un viaje de Buenos Aires á Barcelona en el trasatlántico mandado por él. Esto fué hace seis años añadió . No; hace siete. Ferragut, que había sido el primero en presentir un conocimiento anterior, no llegaba á dar un nombre y un estado á esta mujer entre las innumerables pasajeras que llenaban su recuerdo.
Este mote de «pingüinos» no era de su cosecha. ¡Que le librase Dios de tamaño atrevimiento!... Los «pingüinos» eran las señoras más notables de a bordo, matronas argentinas que al no poder ocupar el trasatlántico entero, lo mismo que un yate propio, se habían concentrado en esta parte del buque como asustadas y ofendidas del contacto con los demás.
El agua negra reflejaba las serpientes rojas y verdes de las luces de los buques. Un trasatlántico prolongaba las operaciones de carga al resplandor de sus reflectores eléctricos, destacándose sobre esta lobreguez con la animación de una fiesta veneciana. De tarde en tarde un hombre de lento paso entraba en el círculo de un reverbero, brillando el cañón de su fusil.
Comenzaba a ser una ciudad tentacular, distinta exteriormente de la que él había conocido. Un remolcador ancho, corto, profundo, que recordaba por sus formas la forzuda robustez del toro, vino al encuentro del trasatlántico, pegándose a sus costados para echar a bordo al práctico.
No había mar en el globo en el cual no hubiese navegado alguna vez, ni clase de buque que no conociera, desde el cachemerin al trasatlántico. De joven había hecho el cabotaje entre el archipiélago de Luzón y las Molucas. El sultán de allá era gran amigote suyo, y le invitaba, como muestra de afecto, a que escogiese entre sus sesenta mujeres amarillas y hocicudas. ¿Para qué?
El menor, Antonio, se hizo médico por no contrariar al viejo, pero una vez conseguido el título, entró á prestar sus servicios en un trasatlántico. Su padre le había cerrado la puerta del mar, y él entraba por la ventana. Fué envejeciendo el patrón, completamente solo. Cuidaba de sus bienes, unas cuantas viñas escalonadas en la costa, á la vista de la casa.
En tierra firme no se habría acercado más á estos hombres; pero la vida en un trasatlántico, con su inevitable promiscuidad, obliga al olvido. Al otro día, el consejero y sus amigos fueron en busca de él, extremando sus amabilidades para borrar todo recuerdo enojoso. Era un joven «distinguido», pertenecía á una familia rica, y todos ellos poseían en su país tiendas y otros negocios.
En el continente trasatlántico parece que Egipto fue el pueblo más viejo, y de allí fueron entrando los hombres por lo que se llama ahora Persia y Asia Menor, y vinieron a Grecia, buscando la libertad y la novedad, y en Grecia levantaron los edificios más perfectos del mundo, y escribieron los libros más bien compuestos y hermosos.
Una tenue nubecilla, algo así como una leve pincelada blanca, destacábase en el azul del horizonte ante la proa del trasatlántico. Era un velero, todavía lejano, que navegaba con el mismo rumbo del Goethe.
Pasó por el Océano varias veces como se pasa ante un paisaje terrestre á toda la velocidad de un tren expreso. La calma augusta del mar se borraba con el batir de las hélices y el ruido sordo de las máquinas. Por azul que fuese el cielo, siempre lo empañaba un crespón flotante salido de las chimeneas. Envidiaba á los buques veleros que el trasatlántico dejaba atrás.
Palabra del Dia
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