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Actualizado: 22 de junio de 2025
Julio reconoció á Berta, que movía una mano, pero sin verle, sin saber en qué remolcador estaba, por una necesidad de manifestar su agradecimiento á los dulces recuerdos que se iban á perder en el misterio del mar y de la noche. «¡Adiós, consejera!» Empezó á agrandarse la distancia entre el trasatlántico que partía y los remolcadores que navegaban hacia la boca del puerto.
Aglomerábase el gentío en sus cubiertas agitando pañuelos, dando gritos para llamar la atención de los pasajeros del trasatlántico alineados en las bordas. Y muchos de éstos, al avanzar sus cabezas para ver mejor a la muchedumbre que llenaba los pequeños buques, reconocieron caras amigas, saludándolas con gritos de regocijo y preguntas sobre los ausentes.
Al terminar el viaje redondo, cuando el trasatlántico regresaba a Hamburgo, sus máquinas eran reparadas minuciosamente. Durante quince días recibía los mismos cuidados que un caballo de carreras que se prepara para una nueva corrida.
¿Cuándo se cansará usted de comprar vestidos? continuó el español . ¿No tiene miedo de que su equipaje no quepa en el trasatlántico, cuando regresemos á Buenos Aires?... Se excusó Celinda, pensando otra vez en el lejano país. Debo hacer mis compras previsoramente. Piense que allá en nuestra colonia no hay nada de lo que se encuentra aquí con tanta facilidad.
Eran aves enormes repletas de pescado y desperdicios de los buques, con alas poderosas, blancas y combadas, semejantes a velas. Seguían al trasatlántico desde Canarias, habituadas a esta soledad azul, inmensa para los ojos del hombre, y en la que su instinto husmeaba la vecindad invisible de la costa de África y del archipiélago de Cabo Verde.
Mi principal ha tenido que ir a su estancia: negocio urgente; volverá mañana. Pero todo está listo... Tiene usted habitación en un hotel de la Avenida de Mayo. Los guió entre los grupos que se abalanzaban hacia el trasatlántico. Casi se vieron solos en la sala de equipajes, y el registro de sus maletas de mano se efectuó con rapidez.
Al pasar el trasatlántico entre los buques inmóviles, corrían las tripulaciones a las bordas para saludarlo con gritos y agitación de gorras. Flotaban en las aguas, como harapos blancos, muchos pescados muertos, tendidos sobre el lomo, sacando el hinchado vientre.
En Lisboa sólo pude escribirte unas líneas en una postal. Me faltó el tiempo. El tren llegó con retraso; luego el registro de los equipajes en la Aduana y el trasatlántico que estaba ya fondeado en el río, mugiendo a cada instante como el que no quiere esperar. ¡Y yo que soy tan torpe para los menesteres vulgares de la vida!... Recuerda cuántas veces te has reído de mi inutilidad en nuestros viajes... Nuestros viajes ¡ay! tan lejanos, ¡tan lejanos! que no sé cuándo volverán a repetirse... Por fortuna, encontré en el tren a un compañero: un tal Isidro Maltrana, tipo curioso, al que conocí vagamente en mis tiempos de bohemia heroica, y que va, como yo, a Buenos Aires. La identidad de nuestros destinos nos ha hecho intimar rápidamente. Hace unas sesenta horas que estamos juntos, y no parece sino que hemos andado apareados toda la vida.
En lo más elevado y fértil del continente es donde se civilizó el hombre trasatlántico primero. En nuestra América sucede lo mismo: en las altiplanicies de México y del Perú, en los valles altos y de buena tierra, fue donde tuvo sus mejores pueblos el indio americano.
Desde las fronteras de Texas a los hielos de Magallanes, vivía España y viviría luengos siglos en el doctor sentencioso, trasatlántico, descendiente de Salamanca y Alcalá; en la dama graciosa y devota que imita las últimas novedades de la elegancia exterior, pero guarda el alma de sus abuelas; en el caudillo aventurero que renueva al otro lado del Océano los romances medievales de la Península; en la irresistible admiración por el valor y la audacia que sienten hasta los más ilustrados, colocando el coraje por encima de todas las virtudes humanas.
Palabra del Dia
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