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Actualizado: 22 de junio de 2025
Tenían miedo de quedarse en tierra por culpa del tal documento, y por esto suspiraron de satisfacción al poner la firma apresuradamente, corriendo luego a los automóviles. Cerca de mediodía lanzó el trasatlántico un rugido de aviso.
El Friedrich August mostró prisa en salir cuanto antes. Las operaciones se hicieron con vertiginosa rapidez. La carga fué enorme: carga de personas y de equipajes. Dos vapores llenos abordaron al trasatlántico. Una avalancha de alemanes residentes en Inglaterra invadió las cubiertas con la alegría del que pisa suelo amigo, deseando verse cuanto antes en Hamburgo.
Una semana después, la blanca popa del buque y las dos caras de su proa ostentaban un nombre en letras de oro, repetido además en los rollos salvavidas y en las diversas embarcaciones secundarias, balleneras, botes á vapor, botes automóviles: Gaviota II. Tenía el tonelaje de un pequeño trasatlántico y la velocidad de un torpedero.
Pensaban en la posibilidad de un choque en esta atmósfera formida y traidora. Hubiesen preferido la vida estrepitosa de una tempestad. A los rugidos del trasatlántico contestaban, apagados por la distancia y la bruma, los de otros buques. Tal vez estaban próximos. La niebla atenúa los sones.
Se vió en un remolcador que danzaba sobre las ondulaciones del mar, frente al muro negro é inmóvil del trasatlántico, acribillado de redondeles luminosos y con los balconajes de las cubiertas repletos de gente que saludaba agitando pañuelos.
Luego, Ferragut, que no podía vivir inactivo, volvió al mar, pero como primer oficial de un trasatlántico que hacía viajes regulares á la América del Sur. Para él, equivalía esto á ser empleado en una oficina flotante, visitando los mismos puertos, repitiendo invariablemente iguales trabajos. Su madre se mostraba satisfecha al verle con uniforme.
Estaba más cerca del Océano que en el puente de un trasatlántico. La fragata no levantaba espumarajos de rabioso paleteo. Se deslizaba discretamente en el silencio marítimo que guarda el secreto de los primeros milenarios de la tierra recién nacida. Los habitantes oceánicos se aproximaban á ella confiadamente al verla cabecear como un cetáceo mudo é inofensivo.
Tal vez este lugar del trasatlántico ofrecía un interés dramático en noches de tempestad, cuando los hombres alimentaban las inquietas máquinas, expuestos a quemarse mientras arriba pasaban las olas sobre la cubierta, y todo el buque temblaba y se acostaba bajo los fieros golpes. ¡Pero ahora!...
Palabra del Dia
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