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Actualizado: 22 de junio de 2025
Los chilenos se entusiasmaron al ver este buque que venía de su patria. Algunos habían corrido a la oficina telegráfica para conocer los nombres de los compatriotas que iban a Europa en el otro trasatlántico, y los repetían entre ellos.
Un lento trabajo que venía minando desde mucho antes, con labor sorda y subterránea, la parte inconsciente de Ferragut hizo de pronto explosión. Siempre que veía á la viuda, este inconsciente se agitaba, presintiendo que la había conocido mucho antes del viaje trasatlántico. Ahora, bajo una luz de fantástico resplandor, los vagos pensamientos se precisaron.
A la hora del almuerzo, los pasajeros comieron apresuradamente, deseando volver cuanto antes a la cubierta. Esperaban ver Buenos Aires de un momento a otro. Se iba aproximando el trasatlántico a la ribera argentina. No alcanzaba a distinguirse ésta por ser muy baja, pero sobre la línea del agua extendíanse algunos borrones horizontales, siluetas de lejanas arboledas.
Así han ido viajando los pueblos en el mundo, como las corrientes van por la mar, y por el aire los vientos. Egipto es como el pueblo padre del continente trasatlántico: el pueblo más antiguo de todos aquellos países «clásicos». Y la casa del egipcio es como su pueblo fue, graciosa y elegante.
Y acompañaban con una canturria á media voz la música litúrgica de Los segadores. Ulises recordaba con nostalgia su vida de comandante de trasatlántico: una vida amplia, mundial, de incesantes y variados horizontes, de muchedumbres cosmopolitas. Se veía detenido en las cubiertas por grupos de muchachas elegantes que le pedían nuevos bailes en la semana.
A Rosas, además, debe la República Argentina en estos últimos años haber llenado de su nombre, de sus luchas y de la discusión de sus intereses el mundo civilizado y puéstola en contacto más inmediato con la Europa, forzando a sus sabios y a sus políticos a contraerse a estudiar este mundo trasatlántico, que tan importante papel está llamado a figurar en el mundo futuro.
Los vendedores de la tierra pasaban ofreciendo cajas de cigarros empapelados de plata, con las marcas más famosas de Cuba, a pesar de que procedían de las fábricas de Tenerife. A cada momento abordaban nuevas barcas al trasatlántico cargadas de fardos. Sus conductores subían la escala con agilidad simiesca, y tendiendo una cuerda izaban las mercancías, estableciendo a continuación un nuevo puesto.
Su velocidad era insignificante comparada con la de un trasatlántico, pero resultaba absurda en relación con la de los vapores mercantes de gran casco y pequeña máquina que iban solicitando carga á cualquier precio por todos los puntos. Esclavo de la superioridad de su buque y en continua lucha con ella, Ferragut se esforzó por seguir navegando sin grandes pérdidas.
El recuerdo de la noche pasada en el tren, noche de insomnio en compañía de la imagen de Teri envuelta en su capa blanca, con las plumas ondulantes sobre el peinado y dos astros en las orejas, le hizo recordar que tenía ante él una carta sin concluir; y otra vez concentrando su mirada, se vio en el jardín de invierno del trasatlántico. Estaba solo.
Este tránsito de buques era semejante al de los vehículos y peatones que en pleno campo anuncia la cercanía de una enorme ciudad todavía oculta. Iba entrando el trasatlántico en la gran corriente de navegación que hace del río de la Plata una de las avenidas más frecuentadas del comercio mundial. Empezó la gente a fijarse en una isla que desde mucho antes había aparecido ante la proa.
Palabra del Dia
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