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Actualizado: 22 de junio de 2025
Los pasajeros vieron abajo una ancha cubierta mojada por el oleaje, unos cuantos hombres con impermeables, la boca de una chimenea que cesó de arrojar humo, y las luces de varios faroles. Una escala de cuerda cayó desde el trasatlántico y un hombre gateó por sus travesaños. A los pocos minutos sonaron en lo alto del buque los timbres de señales para las máquinas.
Las olas, de larga pendiente, silenciosas, dormidas, uniformes, sin el más leve penacho blanco, no eran de gran altura, sin embargo el trasatlántico saltaba al encontrarse con ellas, elevándose a ambos lados de su proa dos surtidores de espuma.
Ojeda conocía a este intruso invisible y juguetón que revolucionaba el trasatlántico, y el intruso lo conocía igualmente a él desde algunos años antes. Tal vez le rozase, como a los otros, con sus alas de mariposa inquieta, pero al reconocerle, seguiría su camino.
Venían viajando sobre catorce millones en oro apilados en la bodega; y por si no bastaba tanta riqueza, él había dormido todas las noches junto a una señora millonaria, cuya presencia en el trasatlántico muy pocos conocían. ¿La ha visto usted? preguntó Ojeda, francamente interesado por esta noticia. No pienso verla: no me tienta la curiosidad.
Extremeño como Espronceda, con quien tuvo cierta afinidad espiritual aunque recriado en Madrid. Un trasatlántico le volcó, en plena juventud, sobre Manila. Comenzó a versificar. Desde 1887 colaboró asiduamente en el diario "La Oceanía Española". Publicó un volumen, Leyendas filipinas. Le inspiró la musa ebria de Poe y Verlaine. Fué desdichadísimo, tormentosa su vida.
Su aventura con Maud había desvanecido todos los propósitos de cordura que le acompañaron al subir al buque. Sus nervios guardaban aún el recuerdo de recientes vibraciones; su carne, mal dormida, estremecíase al sentir el contacto de otra mujer. Aquella calma monacal que había reinado en el trasatlántico durante la primera semana de viaje ya no existía para él.
Los hombres corrían ansiosos tras la carnal limosna; surgían conflictos y peleas, todos se agitaban como locos, y el trasatlántico, fosco y de mal humor, navegaba con el funcionamiento de su vida trastornado, los servicios internos en desorden, deseoso de llegar cuanto antes al final del viaje para sanar de esta enfermedad.
Desembocaban los automóviles en el muelle a toda velocidad, viniendo a detenerse frente al buque, al otro lado de la verja. Junto con los pasajeros subían al trasatlántico grandes ramos de flores, cestos de frutas tropicales, monos y loros que saltaban sobre los hombros de sus nuevos dueños pugnando por libertarse de las ataduras que los retenían.
Esta dama empequeñecida por los años, gorda y de mejillas rojas y brillantes como manzanas, ha cazado el tigre en Asia, el hipopótamo y el león en África, tiene un yate que es casi un trasatlántico, en el que ha vivido años enteros, y no encuentra en toda la superficie del globo un lugar que tiente su curiosidad.
Había sido el objeto de sus conversaciones con doña Cristina cuando ambas entretenían las monótonas horas tejiendo encajes al uso de su pueblo. Al pasar Ulises ante el cuarto de ella, vió unos retratos suyos de la época en que era simple agregado á bordo de un trasatlántico. Cinta los había sustraído indudablemente de las habitaciones de su tía.
Palabra del Dia
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