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Evocaba en su memoria, con el relieve de las cosas vivientes, su último día en Madrid... Una gran mancha roja temblaba sobre el empapelado de una pared: era el reflejo de incendio del carbón amontonado en la chimenea, única luz del dormitorio. Y sobre el fondo rojo, parpadeante, una sombra horizontal, de contornos humanos. Ojeda conocía bien las líneas de este cuerpo: era ella, pegada a él, bajo las cubiertas de la cama, empequeñecida, humilde por el dolor de una desesperación silenciosa.

Llamábase Molina y en él estaban reunidas y ponderadas de tal suerte y en tan justa medida la ilustración, las facultades reflexivas y las condiciones de pintor, que sabía estudiar, convertir el estudio en inspiración, madurar el pensamiento, y luego darle forma, haciendo que en su pintura hubiese idea y que ésta no quedara empequeñecida por mal interpretada.

Y hubo empellones, codazos, remolinos de cabezas, empujando todos al que estaba delante para ver mejor. A lo lejos, empequeñecida por la distancia, apareció la primera roca, en torno de la cual, como jinetes liliputienses, hacían caracolear sus caballos los soldados encargados de abrir paso.

En vano aguardó largo rato: la voz fue haciéndose apremiante, con graciosos temblores de impaciencia, pero sin aproximarse más. Febrer se asomó a la puerta y vio a la muchacha al pie de la escalera, algo empequeñecida por la distancia, con hinchada falda azul y un sombrero de paja del que pendían cintas a flores.

Esta dama empequeñecida por los años, gorda y de mejillas rojas y brillantes como manzanas, ha cazado el tigre en Asia, el hipopótamo y el león en África, tiene un yate que es casi un trasatlántico, en el que ha vivido años enteros, y no encuentra en toda la superficie del globo un lugar que tiente su curiosidad.

La galerita de las de Pajares, a pesar de su cubierta charolada, de los arneses brillantes y de sus ruedas amarillas, tan finas y ligeras que parecían las de un juguete, aparecía empequeñecida y deslustrada en el gigantesco rosario de berlinas y carretelas, faetones y dog-carts que, como arcaduces de noria, estaban toda la tarde dando vueltas y más vueltas por la avenida central del paseo.