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Actualizado: 13 de mayo de 2025
En una revuelta apareció una segunda pareja, y el carnicero moviose en su asiento como si le pinchasen. Eran muchas parejas en camino tan corto. El roder le tranquilizó. Habían concentrado la fuerza del distrito por el viaje de don José. Pero un poco más allá encontraron la tercera pareja, que, como las anteriores, siguió lentamente al carruaje, y el carnicero no pudo contenerse más.
Mientras desvalijaban el último cajón de la cómoda de mi cuarto, se abrió la puerta de mi tío, y apareció don Sabas en el hueco. Noté que salía lloriqueando, y corrí hacia él temiendo que ya hubiera concluido todo allí; pero desde medio camino oí toser al enfermo, y esto me tranquilizó.
Su contestación me tranquilizó. Era verdad que Machín galanteaba a la chica, pero ella no le hacía caso. Puedes estar sin cuidado me dijo. Y ya menos inquieto, fuí a casa de mi madre. Al amanecer del día siguiente me levanté muy de mañana. Estaba el tiempo templado. Saqué una silla al balcón, me senté, y apoyado en la barandilla estuve contemplando el pueblo y la casa donde vivía Mary.
»Al saberlo Paulino se entregó a grandes extremos de dolor; pero Rosa le tranquilizó con un aire lleno de encanto: «¿Podrías creer en la noticia de esa muerte? puede lamentarse, llorar, pero no morir. ¡La alegría es tan pronto arrebatada a nuestros deseos! ¿Qué necesidad hay, pues, de consumir nuestra vida en disgustos?
Sacó fuera de los cobertores sus bracitos descarnados y se cogió fuertemente a la madera de la cama. La condesa se apoderó de su mano, la besó dulcemente y la retuvo sobre sus rodillas. Solamente entonces se tranquilizó la enferma y durmió hasta entrado el día. Soñó que la condesa estaba de pie a su derecha, que tenía la figura de un ángel y que le habían salido unas alas blancas.
De este modo, la borrasca que la estremecía pasó deshaciéndose en un copioso llanto. Algunas lágrimas cayeron sobre los rizos de Carolina, que se movió inquieta en su sueño. Pero otra vez la tranquilizó. ¡Era tan fácil hacerlo entonces! y permanecieron allí tan silenciosas y solitarias, que parecían formar parte de la solitaria y silenciosa morada.
Después de reprimir su respiración fatigosa, y fingiendo naturalidad, le abocó diciéndole: ¡Hola, amigo! ¿Los señores condes se han ido ya de caza? El momento que trascurrió entre su pregunta y la respuesta del criado fué de suprema angustia. La señora condesa ha salido ya con el mayordomo. El señor conde está durmiendo. La noticia, sin sacar á nuestro joven de apuros, le tranquilizó un poco.
Y soy un ladrón, no cabe duda, un ladrón.... Sí, pero ladrón por amor». Esta frase interior también le satisfizo y tranquilizó un poco. «¡Ladrón por amor!». Estaba muy bien pensado. Llegó al portal de la casa del escribano. «¿Subiría?
Excusó la criada las explicaciones de su tardanza por el miedo que sentía de darlas, y se puso a la defensiva, esperando a ver por dónde salía doña Paca, y qué posiciones tomaba en su irascible genio. Algo la tranquilizó el tono de las primeras palabras con que fue recibida; esperaba una fuerte reprimenda, vocablos displicentes.
Diciendo esto se sentó en la silla, y quitándose el sombrero lo puso sobre la cama. Fortunata le encontró más delgado; la calva parecía mayor, y sus miradas tenían cierto reposo que la tranquilizó.
Palabra del Dia
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