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Actualizado: 11 de junio de 2025


Vaya, hijo mío, tranquilícese decía el buen anciano levantando a Blasillo. Este volvió en , miró a su alrededor, y se precipitó de nuevo en los brazos del gitano. ¡Cuánta caridad! decía el guardián ; va a herirse con las cadenas de ese bandido. El sacerdote se vio obligado a arrancarle de sus brazos casi sin conocimiento. Señor le dijo el gitano , quisiera volver a ver a usted mañana.

¡Oh, tranquilícese usted, el día que eso sucediera!... añadí. El día que eso sucediera... repitió ella. Y le faltó la voz y rompió a llorar. Al día siguiente, no obstante, volvió. La vi apearse de su carruaje tan cambiada, tan abatida que me asusté. ¿Qué tiene usted? le dije corriendo a su encuentro, tanto me pareció próxima a desmayarse.

Manín habrá visto bien por todos lados a Concha. ¿Verdad, Manín, que la has visto cómodamente? Avanzó unos pasos. La niña retrocedió asustada. No tenga miedo, señorita. Tranquilícese usted, señorita. Yo no vengo aquí a azotarla. Eso de los azotes es muy antiguo. ¡Quién se acuerda ya de azotes!

Miguelina se cubría la cara con ambas manos y de buena gana se hubiera tapado los oídos. ¡Calle usted! repetía. ¿Por qué habrá vuelto, Dios mío? Nunca imaginé dijo Delaberge impaciente que mi presencia le había de causar tan gran disgusto... Supongo que no me habrá de creer usted capaz de la menor indiscreción... Tranquilícese, pues, que todo se quedó y se quedará entre nosotros.

Y ocultó la cara, que se enrojecía bajo las lágrimas como una rosa bajo el rocío, en el seno de la anciana enternecida por esta ingenua declaración. Tranquilícese usted, hija mía; ese duelo no puede verificarse y no se verificará... ¿Quién podrá impedirlo? Yo respondió tranquilamente la tía Liette. El despacho presentaba una animación inusitada.

JULIA. Una coqueta no está triste nunca. Otra recomendación: no se muestre jamás aburrida, porque correría usted el riesgo de aburrir. Sonría, ármese de buen humor y siempre llevará usted las de ganar. ¡Ea! ¿Se me olvida algo...? DORA. ¡Oh! Todavía tengo que aprender muchas cosas. No sospechaba que la vida fuese tan complicada... JULIA. ¡Tranquilícese!

Les debemos mucho, porque no sólo han salvado mi vida, sino el honor de nuestro nombre. ¿Cómo pagarles jamás? ¡Oh! no hablemos de eso. El agradecimiento es dulce cuando se dirige á corazones nobles y querer pagar es privarse de un goce muy grande. Pero tranquilícese usted. Nuestra deuda es de las que se pagan cómodamente, al menos en lo que se refiere á uno de mis salvadores...

Oiga usted, señor; no soy más que un pobre hombre y el señor de Sorege es un conde, tiene fortuna, relaciones, todo. Pues bien, si yo tuviera una hija, preferiría que se quedase para vestir imágenes á casarla con él. Marenval se echó á reír. Tranquilícese usted. Creo que el negocio ha fracasado. Gracias por sus confidencias, Giraud; creo que me serán útiles.

LA ENFERMERA. ¡Simple divergencia de métodos y de autoridades...! Tranquilícese... Como cada una de estas damas quiere afirmar su supremacía sobre la otra, los enfermos están mejor cuidados. SITA. Es usted muy indulgente. Adivino que seremos amigas. LA ENFERMERA. ¡No se haga ilusiones...! SITA. ¡Quia...! Mi corazón no me engaña nunca.

La jardinera sonrió, y sus palabras atravesaron con lentitud el silencio de la tarde agonizante. Tranquilícese, don Sebastián. Yo he visto muchos santos en esta casa, y valían menos que usted. Por asegurar su salvación hubiesen abandonado a los hijos. Por mantener lo que llaman la pureza del alma habrían renegado de la familia. Créame usted a : aquí no entran santos; hombres, todos hombres.

Palabra del Dia

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