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Actualizado: 4 de mayo de 2025
La extrema sencillez de su traje, de sus maneras y de su vida todo era excusa de superioridades que ninguno de los que le trataban hubiera sospechado. Todos en Villanueva le habían visto nacer, crecer, y después de algunos años de ausencia tornar al país natal y arraigarse en él.
Más arriba, entre aquel revoltijo de piel polvorosa, lucían los ojos de pescado, dentro de un cerco de pimentón húmedo. Lo demás de la persona desaparecía bajo un envoltorio de trapos y dentro de la remendada falda, en la cual había restos de un traje de la madre de Doña Silvia, cuando era polla.
Cuando se hubieron sosegado un poco, vinieron hacia él y le examinaron curiosamente. ¿Pero cómo diablo te ha dado la ocurrencia de ponerte así? ¿Te ha visto tu padre? No: me he ido a vestir a casa de un amigo: tengo allí el traje... Pues si te ve, de fijo le da un ataque. ¿Y a qué asunto te has vestido hoy de chulo? ¡Toma! ¿no sabes que se abre la temporada?
El viejo y el niño iban vestidos lo mismo, pantalón de lienzo blanco, una almilla rayada ceñida al cuerpo, zapatillas y cinturón de lona. Este ligerísimo traje era el más a propósito para hacer gimnasia, sobre todo en las horas calurosas del mes de julio.
Los jornaleros, de camisa limpia y con sus mejores ropas; si eran jóvenes, iban en cuerpo, pero con chivata o larga vara de membrillo, oliva o fresno; y si eran ya mayores de edad, con capa, para el conveniente decoro, por ser por allí la capa el traje de etiqueta, del que no se puede prescindir, aunque se achicharre o derrita el humano linaje, como era entonces el caso, porque el sol hacía chiribitas.
¡Aun ese maldito gitano! dijo el joven del traje andaluz . Señores, he aquí una buena ocasión de probar lo que os decía hace un momento, es decir, que ese condenado es Satanás en persona. Y se levantó gravemente. Vamos, señora, estoy dispuesto a aclarar la cuestión, porque yo he visto el buque de las velas rojas aun no hace dos horas. Lo mismo que yo respondieron a la vez Isabel y Pablo.
Caminaba con las manos en los bolsillos, el cuello de la chaqueta levantado y el sombrero sobre las cejas, chorreando agua por todos los extremos de su traje, encogiéndose estremecido de frío, sin una manta como su camarada. Pero, a pesar de esto, marchaba sin precipitación como si no le molestasen la lluvia y el viento que combatían su débil persona.
Del mismo modo que ella para librarse de las persecuciones iba vestida de mujer, su amante había abandonado el traje femenil, imitando la semidesnudez de los atletas condenados á las faenas rudas. La suciedad propia de su estado le servía para disimular su rostro.
Con la princesa no había que temer los escrúpulos que mostraba algunas veces Saldaña, enemigo del despilfarro. La gran señora hasta sentía desprecio por las personas que se aprovechaban parcamente de su generosidad. Don Marcos pudo cambiar de traje varias veces al día y sostuvo largas conferencias con sastres de renombre.
Si fuese yo una reina de otros tiempos, querría condecorar a todos mis bravos defensores... No soy más que una hija de la libre América, pero os pido que llevéis sus colores en memoria mía. Y con encantadora amabilidad, empezando por el último soldado y acabando por el capitán, les distribuyó la cinta azul sembrada de estrellas, un poco ajada, que adornaba su traje.
Palabra del Dia
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