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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Quizá en Madrid llamasen también la atención; porque en la capital de España, no hay más remedio que confesarlo, tampoco es frecuente ver a los sabios en su verdadero traje por las calles. La iglesia resplandecía por dentro de luces y ornamentos. Parecía, según la expresión vulgar, un ascua de oro.
Debió de pintar primero el que hoy se conserva en el Museo del Prado con el número 1.070, donde esta el monarca de unos dieciocho años, de cuerpo entero y tamaño natural, en traje negro de corte.
No sé, milord le dije si debo reírme o enfadarme de ver a un hombre como usted, con ese traje, y llenando su escudilla en la puerta de un convento. El mundo es así me respondió . Un día arriba y otro abajo. El hombre debe recorrer toda la escala. Muchas veces paseando por estos sitios, me detenía a contemplar con envidia la pobre gente que me rodea.
Algún motivo de tirria debieron darle los frailes de la Merced, pues siempre que divisaba hábito de esa comunidad murmuraba entre dientes: «¡Buen blanco!» Los que lo oían pensaban que el virrey se refería a la tela del traje, hasta que un curioso se atrevió a pedirle aclaración, y entonces dijo Amat: «¡Buen blanco para una bala de cañón!»
El caballero las miraba de lejos, mientras don Tomás se detenía a saludarlas. Aquel señor era Quintanar; el magistrado. Efectivamente, no estaba mal conservado. Era muy pulcro de traje y de aspecto simpático. «Era un forastero, palabra de sentido especial en Vetusta, para las señoritas de Ozores, que no le habían visto aún en ninguna casa de las suyas».
Y aconteció, que a la otra mañana encontraron sin sentido en la plaza, molido y casi descoyuntado, rota la espada, rasgado el traje y entre si se va si se viene, al señor Gaspar de Valcárcel, sin que nadie supiese, ni él lo dijo, quién de tal manera ni por qué causa le había malparado.
Entre interesado e impaciente escuché todos los pormenores: cómo D.ª Tula la había ido a buscar en coche; la grosería que con ella usaron en el convento, no saliendo a despedirla nadie más que el capellán; lo bien que le sentaba a la señorita el traje de sociedad; la alegría de todos al verla tan «salaíta y tan reguapísima» y todas las palabras insignificantes que con ella cambió en la conversación que habían mantenido.
Se iba notando en la casa la presencia de una mujer hermosa y elegante. Una noche, mientras la cocinera traía el primer guiso, Elena se despojó de una salida de teatro, que por ser algo vieja prestaba servicios de bata. Al desprenderse de esta envoltura apareció descotada, con un traje de fiesta un poco ajado, pero todavía brillante, recuerdo de sus tiempos felices.
Varias muchachas desgreñadas, de las de la busca, manteaban un pelele: un traje viejo lleno de paja, con enormes tumores, calzado con unas botinas rotas y rematado por una cabeza de cartón. Un grupo de mozuelos intentaba arrebatarlas el pelele para llevárselo prisionero a la taberna, y las greñudas, armadas de escobas, defendían a golpes el monigote.
Y para que Laura no se arrepintiese del pacto tácitamente consentido, Coca se lo estuvo recordando constantemente... Tú harás esto... Yo haré lo otro... Tú te pondrás bonita, pero con tu traje azul de ama de llaves y hasta con un delantalcito muy mono... Yo me emperejilaré con todas mis galas: me pondré flores y polvos; aun me pintaría un lunarcillo en la cara si Adolfo no fuera a notarlo...
Palabra del Dia
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