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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Aquí se ejercitaban los hombres en el juego de bolos, combatiendo seis mozos de la Pola con otros tantos de Entralgo. Los demás, interesados en la partida, miraban sentados en los maderos que por allí había diseminados. Entre ellos estaba una cuadrilla de mineros que de luengas tierras había traído la empresa que comenzaba á beneficiar los ricos veneros de Laviana.

Una vez allí, dijo á Marenval dirigiéndole una límpida mirada: Suceda lo que quiera, gracias por el consuelo que nos ha traído usted. No olvidaré nunca que ha sido usted el primero que ha participado de nuestra convicción en cuanto á la inocencia de mi pobre hermano. Marenval movió la cabeza.

Y luego veía el bosque espeso, convertido en campo, veía arroyos de sudor regando los surcos, se veía allí, á mismo, pobre Tales, arando en medio del sol, destrozándose los piés contra las piedras y raices, mientras aquel lego se paseaba en su coche y aquel que lo iba á heredar, seguía como un esclavo detrás de su señor. ¡Ah no! ¡mil veces no! que se hundan antes aquellos campos en las profundidades de la tierra y que se sepulten ellos todos. ¿Quién era aquel estrangero para tener derecho sobre sus tierras? ¿Había traido al venir de su país un puñado solo de aquel polvo? ¿se había doblado uno solo de sus dedos para arrancar una sola de las raices que los surcaban?

Todas aquellas señoras querían hablar á un tiempo, todas tenían en su cabeza un mundo de pensamientos referentes á si habían salido ó no de casa el día anterior, á si habían traído el calzado fuerte por causa de la humedad, á si habían cenado primero que otras noches ó si estaban acatarradas ó no habían tenido humor para peinarse, etc., etc., que necesitaban echar fuera cuanto más antes y sin darse punto de descanso.

No era, sin embargo, el aburrimiento el que había traído aquella mañana a la condesa de Albornoz a entretenerse con sus hijos: parecía, por el contrario, preocupada, un poco inquieta, y notábase en ella esa agitación nerviosa de todo el que espera algo que teme o le importa. Lilí tuvo una idea felicísima: propuso a su madre que hiciese retratar a Paquito con sus premios.

Lucía se levantaba, se mostraba muy solícita para Ana, interrumpía a Juan melosamente. Salía como con despecho. Entraba como ya iracunda. Se sentaba, como si quisiera domarse. «Sol, ¿habrán puesto agua a los pájaros?». Y Sol fue, y habían puesto agua. «Sol, ¿habrán traído la leche fresca para Ana?». Y Sol fue, y habían traído la leche fresca para Ana.

Engordaba demasiado, olvidaba sus meditaciones trascendentales..., y sus gustos sencillos, fácilmente satisfechos con la vida montañesa, le apartaban de los complicados planes de medro y vida regalada que había traído de su país.

Copio textualmente esta obra maestra que la abuela me ha traído como dato para mis estudios sobre las solteronas; pues se trata de una carta de Celestina al cura, la carta que tanta curiosidad me había inspirado. Corrijo las faltas de ortografía, para facilitar su lectura. Celestina Robert al señor cura de San Aprúnculo. «Aiglemont 15 de noviembre de 1903.

Os engañáis: él me ha obligado á traerle; si no le hubiera traído... es un niño muy adelantado á su edad. Lope de Vega escribió su primera comedia á los doce años; el príncipe don Felipe, ha tenido su primera querida á los siete.... Vió á doña Ana en un coliseo, y concibió por ella una verdadera pasión; pasión de niño, pero que tiene ya la impureza del hombre.

La pérdida de Cuba nos traería, sin duda, perturbación, mas no por la utilidad que Cuba nos trae ó nos ha traído nunca. Si atendiésemos solo á esta utilidad, apenas habría español que no estuviese deseando que nos quedásemos sin Cuba. No tendría entonces que decir el Sr.

Palabra del Dia

atormentada

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