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Actualizado: 15 de junio de 2025
¡Mi majestad! dijo el duque fingiendo el más profundo asombro ; ¡cómo, señora! ¿habéis creído que yo soy el rey? ¡Ah, señor, señor! exclamó doña Ana cubriendo de trémulos besos las manos del duque; vuestra majestad me ha dado su real palabra de no ofenderse.
Se acordó de los días puros de su infancia, se acordó de aquellas oraciones fervorosas que dirigía a la Virgen antes de acostarse y volvió a murmurarlas con los labios trémulos. ¡Oh! ¿por qué no había muerto entonces? ¡Pero morir ahora, con el alma ennegrecida, después de haber engañado vilmente al ser que más la había querido en este mundo! ¡No, no, por Dios!
Pero los verdaderos, los únicos poetas, eran los venerados por ellos; y con los ojos en blanco, trémulos de admiración, citaban nombres y nombres, de cuya obscuridad y escasa obra hacían el principal mérito, colocándolos por encima de los autores célebres que se envilecen buscando el ser comprendidos por todo el mundo, por el miserable pueblo y la repugnante burguesía.
Veré tu hermosura ¡qué felicidad! exclamó el ciego con la expresión delirante que era propia de él en ciertos momentos . Pero si ya la veo; si la veo dentro de mí, clara como la verdad que proclamo y que me llena todo.... Sí, sí, sí... repitió la Nela con desvarío, espantados los ojos, trémulos los labios . Yo soy hermosa, soy muy hermosa. Bendita seas tú...
Á cada golpe que tira le enrojece un chorro negro de hirviente sangre que brota de cien heridas á un tiempo; y ella, extendidos los brazos, de ansiedad y espanto trémulos, agitado el corazon, que quiere saltar del pecho, más y más á Ataide siente en el voraz pensamiento.
Pero como se contestase a sus enérgicas protestas con risitas v sarcasmos, concluyó por adoptar una actitud digna v despreciativa, mascullando palabras cargadas de hiel, los labios trémulos, la mirada torva. De vez en cuando dejaba escapar por la nariz un leve bufido de indignación.
Unos chiquillos berreaban agarrándose a sus madres, trémulos de pavor al ver las blusas blancas de los operadores; otros, con el sombrero en el cogote y mostrando la sonrisa marfileña de sus dientes de lobo, se disputaban por quién avanzaría primero el brazo, como si aquello fuese una fiesta. Maltrana explicaba a su amigo el orden en que iban divididos los emigrantes.
La extrema palidez del rostro, demudado por la cólera, los labios trémulos y la terca obstinación de sus miradas, intimidaron a Tirso que, esquivando encararse con su hermano, le dijo fríamente: Abur. Ve en paz. Entró el cura en su cuarto y Pepe en su alcoba. Así se separaron.
El premio de aquellos certámenes florales consistía en un abrazo cariñoso de la infeliz anciana, la cual apenas podía alargar la mano para acariciar al vencedor. Pero siempre había para la joven una frase tierna, un halago de aquellos labios trémulos, a las veces contraídos por una sonrisa de dolor.
El Padre Montero me miró con extrañeza y ví que sus trémulos labios iban a formular una pregunta; pero en ese momento el ave movió las alas, que brillaron a la luz del ocaso, como si cayera una cascada de gemas dentro de una hoguera, y tendió el vuelo en dirección nuestra.
Palabra del Dia
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