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Actualizado: 5 de julio de 2025
La tormenta estaba encima. Son ustedes muy maliciosas. Es cierto que estuve en la casa del señor Fernández..., ¿y qué? ¡Vaya! ¡Vaya! Confiesa usted... exclamó Luisa, abanicándose. Nada tiene de extraño. Ya saben ustedes que los negocios.... Fuí a recoger una firma. ¡Puede! Si nosotras estábamos allí.... Fuimos a pagar la visita. Ya nos daba vergüenza ver a Gabriela.
Pero también sucede que se espesan y se acumulan las nieblas en nubes apretadas y arremolinadas: se atraen y se rechazan; amontónase electricidad en los vapores acrecentados; estalla la tormenta y el mundo inferior se pierde bajo el tumulto tempestuoso.
De aquí resulta que el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza. ¿Ni cómo ha de dejar de serlo, cuando en medio de una tarde serena y apacible una nube torva y negra se levanta sin saber de dónde, se extiende sobre el cielo mientras se cruzan dos palabras, y de repente el estampido del trueno anuncia la tormenta que deja frío al viajero, y reteniendo el aliento por temor de atraerse un rayo de dos mil que caen en torno suyo?
Pero es el caso que don Baltasar se ha puesto en todo, y con gente dura y resuelta en casa de doña Guiomar meterse quiere, cosa que puede salir de tal manera y con una tal tormenta, que el agua llegue a las nubes. ¿Y a cuento de qué me habéis manifestado todas esas cosas, señor Viváis-mil-años? dijo la tía Zarandaja. A cuento de que vos podéis sacarme del aprieto en que me hallo.
Allá arriba no llega más que una queja, un gemido que asciende desde la llanura donde viven los hombres. Un día que, sentado en una tranquila cima, con hermoso cielo, veía yo una tormenta que se agitaba con furor en la base de la montaña, no pude resistir al llamamiento que parecía dirigirseme desde el mundo de los humanos. Bajando por una vereda convertida en arroyo, saltaba de piedra en piedra.
Como llegan tardía y débilmente al oído los ecos de la tormenta lejana que va aproximándose por instantes, sintió Lázaro ir llegando a su alma vagos presentimientos de dudas y temores, misteriosos anuncios de un porvenir preñado de lágrimas e insomnios.
Cual si fuera zahorí que lleva en la mano el número ganancioso, estrecho círculo le rodeaba, tratando de adivinarlo en un gesto, en media palabra de tan conspicuo personaje; y cuando las ráfagas de la tormenta próxima, que así temían los árboles corpulentos como los enanos arbustos, se hacían sentir con mayor ímpetu, a él se acercaban todos, como barómetro seguro, a consultar su prestigioso consejo.
¡Duerme! dijo con solemnidad el padre. ¡Silencio! exclamó la hija, con un dedo sobre los labios. Pero, ¿qué ha sido? ¡Pchs! Silencio. Se está mudando contestó Marta en voz baja, de esas que son silbidos, más molestos que los gritos. Reyes notó el olor de un antiespasmódico; olor de tormenta para los recuerdos de sus sentidos. También había cierto hedor nauseabundo.
El mar era casi negro, el cielo de un gris plomizo, y en las brumas del horizonte serpenteaban los rayos bajando a beber en las olas. Sintió Jaime en su rostro y en sus manos el húmedo contacto de algunas gotas de lluvia. Iba a estallar una tormenta que tal vez durase toda la noche. Los relámpagos brillaban cada vez más cerca.
En días de tormenta, cuando las olas barrían la cubierta de proa ó popa y los marineros avanzaban recelosos, temiendo que se los llevase un golpe de mar, Caragòl sacaba la cabeza por la puerta de la cocina, despreciando un peligro que no podía ver.
Palabra del Dia
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