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Bastaba mi cualidad de «señor» y de forastero para merecer aquellos homenajes de una persona de Tablanca, donde son todos la misma cortesía; pero yo era además sobrino carnal de don Celso, hijo «del difunto don Juan Antonio», sangre de los Ruiz de Bejos, de la enjundia nobiliaria de Tablanca, de la «casona» «de allá arriba...», vamos, de los Faraones de allí; algo indiscutible, prestigioso y respetable per se y como de derecho divino; pero no a la manera autoritaria y despótica de las tradiciones feudales, sino a la patriarcal y llanota de los tiempos bíblicos.

Cual si fuera zahorí que lleva en la mano el número ganancioso, estrecho círculo le rodeaba, tratando de adivinarlo en un gesto, en media palabra de tan conspicuo personaje; y cuando las ráfagas de la tormenta próxima, que así temían los árboles corpulentos como los enanos arbustos, se hacían sentir con mayor ímpetu, a él se acercaban todos, como barómetro seguro, a consultar su prestigioso consejo.

La chacra de don Casiano Contreras, situada en el límite del ejido, tenía excepcional fama en el pago y de tal modo imperaba su prestigioso atractivo que hasta los mismos caballos al dirigirse hacia ella, parecían que trotaban con más firme y decidido empuje; pero, ¿qué raro?... si era fama que los pájaros más cantores la preferían para sus nidos, que las rosas se ponían en ella más rosadas y las violetas más humildes y los sauces más llorones, y los álamos más rectos. ¡Y que hasta los malevos, cuando pasaban de largo por sus tranqueras, sentían ansias de hacerse buenos!

El segundo apellido de Ricardo, el resonante y prestigioso Cámpora, viene de un bizarro coronel, don Márcos Cámpora, que acompañó a San Martín en su gran campaña del paso de los Andes. Así, pues, los dos primeros apellidos, Arregui y Pérez, representan la creación de la fortuna en su doble actividad, comercial y pastoril.