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Actualizado: 13 de junio de 2025


Una secreta delicia, una sensación íntima de encanto la envolvían por la idea de que ella, una niña, prodigaba a un muchacho aquellas caricias, sin malicia alguna y con el puro propósito de consolarle. En esto resonó el timbre de la puerta de calle. ¿Quién podrá venir a esta hora? dijo Charito sorprendida. ¡Son las once pasadas!

Jacinta no quitaba sus ojos de los ojos de él, observando con atención sostenida si se dormía, si murmuraba alguna queja, si sudaba. En esta situación oyó claramente la una, la una y media, las dos, cantadas por la campana de la Puerta del Sol con tan claro timbre, que parecían sonar dentro de la casa. En la alcoba había una luz dulce, colada por pantalla de porcelana.

Laura siguió bajando. Pero cuando ya se dirigía a su habitación, donde hubiera sorprendido a las lectoras de su diario, oyó sonar el timbre de la puerta de calle. Entró Julio. No cambió la mirada de Laura. ¿Quiere subir ya? Algo enferma está hoy abuelita. ¿Por qué tantos días sin venir? Y su voz, arrastrando ligeramente las sílabas, tenía un dejo resignado, manso. Se sentaron.

Su cara se sublimaba por la fe. ¿Qué destello divino era el que de sus ojos emanaba? No puede darse idea del timbre de su voz al decir: «¿Para qué leyes? Soy mi propio testigo, y mi cara proclama un derecho. Soy el retrato vivo de mi madre». La marquesa la miró otra vez palideciendo. ¿Cruzó por la mente de la noble señora un rayo de duda?... ¿Vaciló su firme creencia? ¡Quién puede saberlo!

Hacía fresco, y para entrar en calor comenzó a pasear por el andén, presa de una impaciencia en que acaso era curiosidad la mayor parte: cada dos minutos miraba al reloj, y constantemente tenía el oído atento, esperando escuchar un timbre eléctrico, una campanada, un silbido, cualquier señal que anunciase la llegada del tren.

No, madre respondió Margarita, pues la señorita de Porhoet no ha llegado aún. Un minuto después, el timbre del péndulo se ponía en movimiento; la puerta se abrió, y la señorita Jocelynde de Porhoet-Gaél, llevada del brazo por el doctor Desmarest, entró en el salón con una precisión astronómica.

No llega allí ruido humano, y esa calma callada hace que el corazón busque instintivamente algo que allí falta: el espíritu simpático que goce a la par nuestra, la voz que acaricie el oído con su timbre delicado, la cabeza querida que busque en nuestro seno un refugio contra la melancolía íntima de la soledad... ¡Proa al Norte, proa al Norte!

Repetí las visitas a la familia de don Pedro Nolasco, porque así se lo había prometido en la primera de las de aquella serie; y algo debieron publicar de mi secreto mis ojos, o el timbre de mi voz o los átomos del aire, pues sin haberse deslizado mi lengua un punto más allá de la raya que la había puesto por límite, ya no era yo para Lituca lo que había sido hasta entonces.

Lanzóse el gobernador sobre ellos con todo el ardor de su picado amor propio, y púsole su mala suerte ante los ojos, lo primero, un plieguecillo de esquela, con el timbre de la condesa de Albornoz, y escrito en él, con diversos caracteres de letra, este extraño letrero: ¡Qué animal tan hermoso es el hombre!

Al cabo de unos minutos apretó el botón del timbre otra vez: Vaya usted a ver si la señora duquesa está sola en su habitación o tiene visita dijo al criado que se presentó al punto. Mientras desempeñaban la comisión permaneció inactivo, con el cuerpo echado hacia atrás y las manos cruzadas, en actitud reflexiva. La señora duquesa está de visita con el padre Ortega entró a decir el criado.

Palabra del Dia

rigoleto

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