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Actualizado: 13 de junio de 2025
Aquí hace falta timbre... Y el timbre no se adquiere emitiendo la voz por la nariz... Si Campistrón estuviese aquí, él les explicaría su método... Para saber dar timbre no hay como Campistrón... Pero ustedes dispensen... ¿Cómo se llama la persona que les interesa? Miss Jenny Hawkins.
Con voz de escaso timbre y algo desafinada, como la de todos los sordos, pues lo era él y más que en grado de «teniente», me dijo: No le pido a usted perdón por los hábitos y ocupaciones en que me encuentra, porque si tuviera a mengua emplearme tan a menudo como me empleo en estas rudas labores, no me empleara.
Tres mecánicos se repartían el servicio, permaneciendo en el pabellón del portero; y apenas sonaba el timbre, no tenían mas que correr á su carruaje poniéndose los guantes y dar la vuelta á la manivela de marcha.
De todas estas diligencias se encargaría Escobar, el Estudiantón, por ser con quien Belarmino mostraba mayor confianza y estima. Nadie pensó que Belarmino pudiese reconocer su propia voz, porque, efectivamente, en aquel aparato todavía rudimentario, bien que se distinguiese con claridad las palabras, todas las voces sonaban con el mismo timbre homogéneo y ronquecino.
Lo que Luz no recordaba bien era el timbre de la voz de su acompañante de allá; pero en cuanto oyó hablar al otro de carne y hueso, exclamó para sí con nuevo asombro: «¡El mismo!» Este otro la dijo que había ido a buscarla allí, porque una corazonada le había declarado que allí la encontraría.
El rostro de suaves líneas; los labios delgados; la nariz afilada; el mentón saliente y azuloso; la voz fina, aguda, de timbre dulzarrón. Esto le pinta maravillosamente: se cuenta en Villaverde, que nombraron albacea de un clérigo rico, que dejó largos los cien mil del águila, desempeñó con singular actividad el pesado encargo.
Jorge se ríe de este pequeño, empírico y trivial curso de historia natural. Pero hablábamos me dice del orden moral. Ocurre otro tanto. El espíritu y la razón tienen tantos grados y diferencias como criaturas existen en el mundo. Tampoco hay caracteres iguales, como no hay un timbre de voz igual a otro, ni una mirada igual a otra mirada. Nuestras almas son tan distintas como nuestros rostros.
Currita introdujo un fino cuchillo de marfil por debajo, y el recio papel, sin doblarse ni romperse, se despegó fácilmente. Venía dentro una de esas tarjetas cuadradas en que suelen escribir sus esquelas las damas elegantes, cortada de intento la esquina superior izquierda, en que sin duda debió de haber algún timbre o algún nombre.
Las vidas de los que dormían en los otros pisos, encima y debajo de él, no estaban confiadas á su vigilancia... Pero á los pocos días sintió que le faltaba algo que era una de las mayores satisfacciones de su existencia: la voluntad del poder, el gusto del mando. Dos criadas de aire azorado acudían á sus voces y sus repiqueteos de timbre.
Esto le quitaría sus ilusiones, pero habría que compadecerla más. Las ilusiones son los crisantemos de la vida. Y después de este pensamiento, muy poético para ser de un notario, cogió un pliego de papel con el timbre del despacho y empezó a escribir tranquilamente: «Señorita: la ley francesa no reconoce en ningún caso...»
Palabra del Dia
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