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Actualizado: 13 de junio de 2025
El timbre dulzón, nasal podría decirse, monótono y manso del melancólico instrumento, que olía a aceite de almendras como la cabeza del músico, estaba en armonía con el carácter de Bonifacio Reyes; hasta la inclinación de cabeza a que le obligaba el tañer, inclinación que Reyes exageraba, contribuía a darle cierto parecido con un bienaventurado.
El timbre sonó de nuevo en el silencio del escritorio y corrió el criado al despacho. Trae otro café. Sánchez Morueta fumaba el tercer cigarro, á juzgar por las dos colillas arrojadas á sus pies, sobre el pavimento de madera encerada, tersa como un espejo.
Oigo el tic-tac del antiguo reloj de familia, y el golpe grave de su timbre resuena en mi oído aún.
Se oían los cascabeles de unas colleras y en la oscuridad venía hacia ellas un trineo con un solo conductor. Escondámonos, chicas: si es alguien que nos conozca, estamos perdidas. Afortunadamente, no lo era, y antes de que pudiesen poner por obra su pensamiento, una voz desconocida a sus oídos, pero bondadosa y de agradable timbre, preguntó si podía serles útil en alguna cosa.
El timbre fresco de la voz de Lucía le volvió a sugerir la misma reflexión de antes. Imposible parece que esté casada. Cualquiera pensará que sale de un colegio. Y, de recio, preguntó: Vamos a ver, señora; ¿dónde dejó usted a su marido? ¿Lo recuerda usted? ¿Qué sé yo? Si me dormí.... ¿Y dónde se durmió usted? ¿No lo sabe usted tampoco? En la estación donde cenamos.... En Venta de Baños.
»¿Qué cosa es que, siendo V. md. la gloria de nuestra nación, logre con tanta flojedad este timbre, que no se acuerde de la obligación en que le impone, para no dejar aventurado el lustre que á todos los españoles nos resulta en sus obras, en la contingencia de su desperdicio?
Apenas vencerme puedo, que, oprimido el corazon, infunde al alma afliccion con los fantasmas del miedo. ¡Se van! A mi pobre nido silencioso y escondido, no podrá prestar amor el dulce y tibio calor de su aliento bendecido. Va á faltarle la armonía de sus gritos de alegría, de su voz, timbre de plata que la inocencia retrata y que inunda el alma mía. ¡Te has roto, dulce cadena! ¡Ay!
Sé que usted desconoce las leyes; ¿pero entonces, en la sociedad ideal por cuyo advenimiento trabaja usted, se matará impunemente y hasta será un timbre de gloria haber destruido una vida, así, por placer? No por placer. ¡Cómo! ¿Será probablemente un deber para todo amante celoso apartar del medio el objeto de sus celos? Usted no sabe.
María se escapó corriendo. Al par que se ejercitaba en la humildad no descuidaba tampoco otra virtud, que es, por decirlo así, el fundamento de nuestra religión y el timbre mayor de gloria que la criatura puede ofrecer a Dios: la virtud de la candad.
Por este motivo nada le llamó la atención; por eso no supo que nunca sus bellos ojos habían tenido un resplandor tan vivo, ni que jamás voz de monja alguna entonó salmodias con tan melodioso timbre como el de la voz de Paula al decir: "¿Usted creyó que no almorzaría hoy?"
Palabra del Dia
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