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Actualizado: 13 de junio de 2025


La que se le anunciaba podía ser insignificante, como otras. No obstante, en la voz de Rufina había cierto temblor, una veladura, un timbre extraño, que dejaron á Torquemada frío y suspenso. «Yo creo que no es cosa mayor prosiguió la señorita. Parece que le dió un vahido. El maestro fué quien lo trajo... en brazos

El conserje era uno de sus criados y sabía que dos golpes de timbre significaban una visita para su señora. Las puertas se abrieron por solas ante el joven doctor. Un lacayo le cogió el gabán de sobre los hombros con tanta ligereza que apenas si lo advirtió. Otro le introdujo, sin anunciarle, en el comedor. En aquel momento el conde y la señora Chermidy se sentaban a la mesa.

Previo un sordo gruñido de sus intestinos de cobre, soltaba un repique de cien campanillas de timbre agudo y disonante, y luego con voz grave y solemne daba la hora: ¡tón! ¡tón! ¡tón!... Yo, al ver aquellos relojes me decía: Uno para los clientes, el de pesas; otro, el de cristal, para el señor licenciado.

No estaba seguro de poder reanudar el idilio, y ya entreveía la contingencia de tener que romperlo. Sin embargo, ni por un momento se le ocurrió la idea de salirse fuera del paseo y volverse a casa, renunciando a la cita. Sólo la idea de mirar a Cristeta cerca de , de contemplar su hermosura y oír el timbre de su voz, bastaba para que olvidase todo lo demás.

Una amarga sonrisa plegó los labios de la señora de Freneuse. La pobre madre dejó al visitante contemplar un rato el lienzo y dijo con voz ahogada y casi sin timbre: Ahí tiene usted lo que él era. ¿Cómo estará ahora? ¿Qué habrán hecho de él?

Y este fué el timbre, el sello más glorioso que señaló tu espléndida carrera; rimaste el pensamiento vigoroso con la indomable voluntad austera. Aquí estás ya en lo eterno de la piedra, genio vindicador de nuestra raza. A tu columna, con amor de hiedra, nuestra ferviente admiración se abraza.

Pero es una cosa enorme... que yo no quisiera creer..., que no la creo respondió estremeciéndose; y en seguida, con un timbre de voz indefinible, porque me sonaba a todo lo siniestro, desde la maldición hasta el quejido, preguntome, con sus ojos anhelantes fijos en los míos asombrados : Dime, madre, ¿es verdad que eres... mala?

Pues bien, ahora lo estoy mucho más, cien veces más. ¡Qué mujer tan simpática! ¡Qué tranquilidad, qué dulzura respiran todas sus palabras y movimientos! ¡Qué timbre de voz tan delicioso! Parece que viene impregnado de la claridad y armonía que reinan en su alma.

Así andaba por todo el caserón, como si estuviera muriendo alguno. Sin darse cuenta del porqué, don Víctor se figuraba el misticismo de su mujer como una cefalalgia muy aguda. Lo principal era no hacer ruido. Si el gato de Anselmo mayaba abajo, en el patio, don Víctor se enfurecía, pero sin dar voces, gritaba con timbre apagado y gutural: ¡A ver! ¡ese gato! ¡que se calle o que lo maten!

El portero, que estaba plantado en el umbral atusándose gravemente sus largas patillas, despojóse vivamente de la gorra, le hizo una profunda reverencia y corrió a abrir la puerta de cristales que daba acceso a la escalera, apretando en seguida el botón de un timbre eléctrico.

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