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Los grupos de gitanillas haraposas, en sus pasacalles por el barrio, acompañadas del repiqueteo de los palillos, deteníanse al pie de la ventana y cantaban a la que era por antonomasia «la señorita». Feli veía el grupo de cabecitas greñudas con ojos de brasa y tez de cobre, las bocas abiertas por el canto, mostrando sus paladares de un rosa obscuro y los agudos dientes de nítida limpidez.

Una y otra son de un parecido perfecto y podrás, si esto te divierte, sacar tus horóscopos psicológicos como si las estuvieses viendo a ellas mismas. Lo que la fotografía no puede reproducir es el brillo deslumbrador de la tez, del cabello, de los ojos de Luciana. Es hermosa, maravillosamente hermosa... ¡Ah! querido; el hombre es un animal estúpido.

Así hablaba Quino de Entralgo, mozo de miembros recios y bien proporcionados, morena la tez, azules los ojos, castaños los cabellos, el conjunto de su fisonomía agraciada y con expresión de astucia.

Le frotaban para secarle y sus brazos torneados, su fina tez y hermosísimo cuerpo producían a cada instante exclamaciones de admiración. «¡Es un niño Jesús... es una divinidad este muñeco!». Después empezaron a vestirle. Una le ponía las medias, otra le entraba una camisa finísima.

Nuestros días sin sol, de retiro y mudez, en que el alma sufrió de congoja o esplín, han pasado a ser ya cosa muerta, y, al fin, nuevos besos de luz nos encienden la tez y florece otra vez el antiguo jardín.

Su figura es arrogante; su rostro marchito conserva las huellas de una hermosura singular; su tez es blanca, sus labios finos, sus ojos altivos. Es D.ª Beatriz de Moscoso, de la clara estirpe de los Moscosos, próxima deuda del capitán. Había llegado la noche anterior á Entralgo sobre un caballo con jamugas y acompañada de un solo criado espolique.

Sólo Carlota tenía ánimo para sostener a su hermana y mirar sin pestañear las horribles quemaduras. Su honda emoción no se leía más que en la blancura de cera de su tez. La desdichada Presentación no cesaba de exhalar quejas a las cuales añadía frases desesperadas que desgarraban el alma.

Del mérito del romance encomiástico bastará a dar una idea este fragmento: Más que Rey, Cid de los montes fué por su arrojo tremendo, por fortunado en la lidia, por generoso y mañero; Roldan de tez africana, desafiador de mil riesgos, no le rindieron bravuras, sino a dides le rindieron. Por supuesto, que el poeta agotó la edición y pescó buenos cuartos.

En el sillón más próximo a la chimenea estaba arrellanada la señora de la casa, mujer de unos cuarenta años, gruesa, facciones correctas, ojos negros, grandes y hermosos, pero sin luz, la tez blanca, los cabellos de un castaño claro excesivamente finos.

3 y el sacerdote mirará la llaga en la piel de la carne; si el pelo en la llaga se ha vuelto blanco, y pareciere la llaga más hundida que la tez de la carne, llaga de lepra es; y el sacerdote le reconocerá, y le dará por inmundo.