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Actualizado: 18 de septiembre de 2025


Ese exceso de amor materno le escandaliza. Dice que en Francia se permite a las señoras hacer muy bonitos versos sobre este asunto; pero no tolerarían que una madre joven expusiese su salud, marchitando la frescura de su tez, privándose de reposo y de alimento, y olvidando su bienestar individual al lado del chiquillo.

Era un mozo de veintidós años, de elevada estatura y gallarda presencia, la tez blanca, las facciones correctas, los cabellos negros y ensortijados, los ojos grandes y negros también y de un mirar franco no exento de fiereza. Por debajo de la abierta camisa se veía un pecho levantado de atleta. Los brazos, redondos y vigorosos, acusando tanta flexibilidad como fuerza.

Le veía con la imaginación allá en su país, transfigurado por la majestad del poder y la luz del sol. Su tez cobriza, con los reflejos verdosos de la vegetación tropical, tomaba un tono de bronce artístico.

29 Y al hombre o mujer que le saliere llaga en la cabeza, o en la barba, 30 el sacerdote mirará la llaga; y si pareciere estar más profunda que la tez, y el pelo en ella fuera rubio y adelgazado, entonces el sacerdote lo dará por inmundo; es tiña, es lepra de la cabeza o de la barba.

Pocos minutos después saltaban ladrando en la glorieta dos perros de caza y detrás de ellos una gallarda joven de tez morena, cabellos negros ensortijados que apretaba una gorrilla rusa de piel, pecho exuberante, amplias caderas ceñidas por una falda corta de color gris, calzada con botas altas y llevando colgada del hombro una primorosa carabina.

Yo, entretanto, lleno de singular emoción, esperaba sus confidencias. Su voz tenía algo de grave y solemne. En su rostro, particularmente, reflejábase una expresión que en nadie había yo observado hasta entonces. Su frente parecía marcada por el sello de la fatalidad. Tenía la tez pálida, y sus ojos, negros, despedían un fulgor extraño.

Tenía la tez algo carminosa, como excitada por el aire fresco de la mañana; los ojos acusando insomnio y llanto, contorneados de un livor apenas perceptible; el garbo, la esbeltez, la manera de andar, eran una delicia.

La perspectiva de que al empobrecer fuese aquel hombre más fácilmente suyo, el afán de mostrarle cariño, y lo mucho que don Juan se había arrimado a ella, la pusieron hermosísima. Tenía los ojos húmedos y brillantes, los labios secos y la tez muy pálida. Sus miradas variaban rápidamente de expresión; tan pronto parecían medrosas, como lucía en ellas la llamarada propia del deseo amoroso.

Al entrar recibió su rostro la luz roja de los quinqués que colgaban del techo, y muchos hombres le saludaron respetuosamente. Llevaba el poncho y las grandes espuelas de los jinetes del país. Su perfil aguileño y su tez hacían recordar á los arabes de origen puro. La barba y la cabellera eran en él luengas, negras y rizosas.

La hija, Dolly, como él la llama, esa muchacha vulgar, se ha establecido en el boudoir de Mabel, y está por hacerle renovar la decoración, pues quiere que sea de color amarillo, para que venga bien a su tez, según creo. Dado lo que dice el señor Leighton, parece que la fortuna del pobre señor Blair debe pasar enteramente a ser manejada por este individuo.

Palabra del Dia

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