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D. Luis era pertinaz, era terco: tenía aquella condición que bien dirigida constituye lo que se llama firmeza de carácter, y nada había que le rebajase más a sus propios ojos que el variar de opinión y de conducta.

Francisco De Pas, un licenciado de artillería, que entraba mucho en casa del cura, de quien era algo pariente, la había requerido de amores y ella le había contestado a bofetadas el cura se puso colorado; se acordó de la patada que había recibido él pero el licenciado había sido terco, y había vuelto a requebrarla, y a prometerla casarse en cuanto sacaran el estanquillo que le tenían prometido los del Gobierno; ella se había tranquilizado y desde entonces admitía al habla aquel buque sospechoso.

Estábamos emocionados; Zelayeta y yo, creo que hubiéramos vuelto a Lúzaro con mucho gusto, pero nada dijimos. Recalde no era de los que retroceden. Las dificultades y el peligro le excitaban. Proponiéndole volver no le hubiéramos convencido, y, tácitamente, los dos más reacios nos decidimos a obedecerle. Terco, pero sin arrebatos, Joshe Mari era hábil y marino de instinto.

Mejor es así. Me alegro. Sin lisonja: me va siendo muy simpático tu marido. Tiene buena facha. Se conoce que es pájaro de cuenta. Lo único que debiera reformar es el sombrero y los picos del cuello de la camisa. Son enormes. ¿Por qué no haces que se los recorten un poco? Es un capricho. Insiste en llevarlos así; pero no es terco en asuntos de más importancia. Entonces... bueno va.

Los prácticos que mas han empleado este medicamento están acordes sobre el carácter de la manzanilla, y en que difiere esencialmente de la pulsatila, de staphisagria, del cólchico, del zumaque, de la quina, etc. Bajo el imperio de la manzanilla, el humor es desapacible, terco, y la persona sensible é irritable.

Hasta se atrevió a emplear una metáfora tan nueva como atrevida, comparando el suicida, al desertor que abandona su puesto sin permiso de su cabo. El auvernés, que no había tomado nada en las últimas veinticuatro horas, parecía bien aferrado a su idea. Permanecía inmóvil y terco ante la muerte, como un asno ante un puente.

Don Álvaro tenía para Quintanar el raro mérito de no ser terco: en Vetusta todos lo eran según el buen aragonés; pero aquel modelo de caballeros elegantes no insistía en mantener una opinión descabellada, siempre concluía por darle la razón a Quintanar, quien decía a espaldas del buen mozo: «¡Si este se fuera a Madrid haría carrera... con esa figura, y ese aire, y ese talento social!... ¡Oh, ha de ser un hombre!».

Era Quiñones, como ya sabemos, hombre fogoso, terco, de voluntad indomable. Los obstáculos le irritaban, llegaban a enloquecerle. Quiso vencer el corazón de su esposa y no perdonó medio para ello: la colmó de atenciones, mimó sus gustos más insignificantes, viviendo por varios meses en perpetua congoja, en una verdadera fiebre de esperanzas, tan pronto vivas como muertas.

¡Quieto! ¡quieto! que este mundo acá ha de quedar... y lo que le voy á dar no es un veneno... De aquí no sale sin haber hecho algún gasto al cura de la Segada... Porque, lo que es á terco, no me gana usted á , señorito. El cura se dirigió al decir esto á la puerta, dió la vuelta á la llave y se la guardó en el bolsillo.

En la obscuridad del estudi y todavía despierto, vió surgir una figura pálida, indeterminada, que poco á poco fué tomando contorno y colores, hasta ser Pimentó tal como le había visto en los últimos días, con la cabeza entrapajada y su gesto amenazante de terco vengativo. Molestábale esta visión, y cerró los ojos para dormir.