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Actualizado: 28 de junio de 2025
Bajando de la ciudad hacia el valle y describiendo largo rodeo, Ramiro entraba ahora por aquella ventana, cuyo escalamiento exaltaba su caballeresca fantasía. Aixa le esperaba en el vano, tendiéndole los brazos para ayudarle a subir. Pero ya no pasaban todas las horas sobre las vistosas almohadas; llegada la tarde, la morisca le llevaba a una terraza descubierta que avanzaba hacia el mediodía.
¡Que el Cielo le ayude! dijo Blasillo tendiéndole la mano. Pero el judío dio un salto hacia atrás. Es verdad, no me acordaba dijo el joven . Adiós, maestro, hasta la vista. Hasta la vista... Tendría que ser mañana... porque antes de tres días su madre de usted ya no tendrá hijo.
¡Papá Juan Claudio! gritó Luisa, tendiéndole los brazos. Pero el guerrillero doblaba ya la esquina; el doctor arreó el caballo, y el trineo se deslizó por la nieve. Detrás de él, Frantz Materne y sus hombres, con las carabinas al hombro, apresuraban el paso, mientras que el ruido de las descargas continuaba alrededor de la casa.
Acabaréis de una vez gritó la señora de Bruinsteen . Ya habéis dicho vuestra última palabra en Orsdael. Vamos, ¿queréis marcharos? ¿sí o no? Y como Marta siguiera de rodillas y llorara tendiéndole los brazos, se puso de pie violentamente, la empujó rabiosa y le dió como adiós un golpe tan violento, que la pobre Marta se golpeó contra la pared y permaneció un instante aturdida.
María Teresa disimuló la satisfacción de vanidad que le procuraba aquel pequeño triunfo, y como el joven se acercase a ella, le dijo simplemente, tendiéndole la mano: ¡Qué feliz idea de venir a vernos! Mi madre tendrá un gran placer... Diana, por el contrario, exclamó aturdidamente: ¡Y bien! ¿y la bicicleta?
Se aproximaron a él, en espera de los cigarrillos con que acompañaba sus apariciones, y poco a poco lo fueron llevando hacia el castillo de proa. Un hombretón se levantó del suelo, tendiéndole la mano con ese aire protector de ciertos jaques que hablan y accionan lo mismo que si perdonasen la vida al que los escucha.
En aquel momento abriose la puerta, y se presentó el general, apoyado en el brazo de su ayudante de campo. Enrique, al ver al médico, corrió hacia él y tendiéndole la mano, dijo: Doctor, ¿usted por aquí?... En seguida, agregó, presentándonosle: Señoras y señores, es mi Esculapio... el que me ha curado la herida, el que me ha recetado las aguas de Barèges. ¿No es cierto?
Le ruego, mamá, que no proteste usted. No se desobedece a los enfermos. ¿Verdad, doctor? Señorita respondió tendiéndole la mano , es usted una santa. Sí; me esperan allá arriba; mi urna está dispuesta para recibirme. Rogaré a Dios por usted, mi digno amigo, ya que usted no lo hace. Al hablar así su voz tenía algo de alado, de aéreo, de sobrenatural, como la serenidad del cielo.
El conde se quedaba. Le vió acercarse como si de repente se acordase de él, tendiéndole su diestra con una afabilidad de camarada. Capitán, muchas gracias. Este servicio es de los que no se olvidan. Tal vez no nos veremos nunca... Pero, por si alguna vez me necesita, sepa quién soy.
El ruido del carruaje que entraba en la gran avenida devolvió a Teresa la noción del momento presente. Ante la escalinata, Bertrán saltó al suelo; Juan que iba a imitarlo, se detuvo, conmovido y feliz. Acababa de ver a la joven. Esta avanzaba hacia él, cordialmente, tendiéndole las manos. Gracias, por haber venido... Espero que se quedará algún tiempo con nosotros.
Palabra del Dia
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