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Actualizado: 28 de junio de 2025


Levantose el doctor y poniéndole la mano en el hombro, le dijo: Vamos, Amaury; hombre. ¡Amaury! ¡Hermano mío! dijo Antonia tendiéndole la mano. Pero el corazón del joven, rebosante ya de hiel, tenía que desbordarse y su dolor, contenido hasta entonces, hizo explosión de pronto.

»Y ahora, ¿conservará usted todavía sus dudas? me dijo. »No tengo más que remordimientos le contesté, tendiéndole la mano; y confío en que desaparecerán, pasados algunos días. »En efecto, no tardé en abandonar mis indignas sospechas; no tardé en reconocer los sacrificios que Carlos se había impuesto, impulsado por su amor hacia .

Antonia bajó al jardín. Allí encontró a Amaury sentado en el mismo banco en que había dado a Magdalena el último beso que fue la causa de su muerte y mordiendo desesperado el pañuelo como queriendo impedir que se escapasen de su pecho los sollozos que le ahogaban. Amaury dijo la joven tendiéndole la mano que él, emocionado, estrechó en silencio nos da usted mucha pena a mi tío y a .

Recibida con tanto gusto la invitación, Pablito se adelantó hacia su noble antepasado don Fernando, tendiéndole la mano para que descendiese el primero. El anciano tomó formas corpóreas, y saltó del cuadro al suelo con la agilidad de un hombre acostumbrado a los hípicos ejercicios de combate.

Cuando oyó su voz en la cocina, le dio un vuelco el corazón, se puso a temblar como un azogado y se le borraron por completo las palabras que tenía preparadas. ¿Cómo está usted, conde? dijo ella con gran naturalidad al entrar, tendiéndole una mano. Bien, ¿y ? Levantó la cabeza como sorprendida de oírse tutear y respondió mirándole fijamente: Perfectamente. ¿Y la niña? Algo mejor.

Si rompe usted el pacto, no entrará aquí, ni aun por el balcón como esta noche. ; amigos y nada más murmuró Rafael con sincero acento de tristeza que pareció conmover a Leonora. Sus ojos verdes se iluminaron; brilló el polvo de oro que moteaba sus pupilas y avanzó hacia Rafael, tendiéndole la mano. Buen muchacho; así me gusta: resignado y obediente.

Pareció sacudir con un movimiento de cabeza un tropel de penosos pensamientos, y dijo tendiéndole la mano: ¿Qué resolvemos? ¿Amigos o indiferentes? ¿Promete usted no incurrir en niñerías y ser un camarada formal? Rafael estrechó con avidez aquella mano suave y fuerte, sintiendo en sus dedos como cariñosa mordedura, el contacto de las sortijas. ¡Amigo!... me resignaré ya que no hay otro remedio.

, ya lo ; tan caballero. Nunca esperé menos de ti. Hay momentos en que caballero y tonto son sinónimos dijo él. No lo creas repuso ella tendiéndole ambas manos en señal de despedida, y añadió Quien sabe amar sabe agradecer. «Ya me las pagarás todas juntas», pensó don Juan.

Al sentarse, sudoroso, conmovido, restregándose con fuerza el congestionado rostro, los compañeros del banco le felicitaron, tendiéndole las manos. «Era todo un orador; debía lanzarse; hablar más; tenía condiciones». Y del banco de abajo venía el mugido del ministro: Muy bien, muy bien. Ha dicho usted lo mismo que hubiera dicho yo.

¡Nuestra pobre amiga! exclamó otra vez la Baronesa, tendiéndole la diestra, cual si quisiera confortarle, infundirle valor. ¡Quién lo habría dicho!... ¿No parece un sueño?... ¡Pobre, pobre amiga!... Matarse así... Pero el joven se repuso, y avanzando un paso más dijo con fuerte voz: No. Un movimiento de inquietud y estupor pasó por entre los presentes.

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