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Al fin, tan inaguantable era esta hostilidad, que el Almirante reembarcó a Méndez con su gente e hizo velas sin haber puesto el pie en tierra firme. Luego sobrevenía la más penosa y difícil de las aventuras de Colón. La «broma», temida calamidad de los mares tropicales, consumía la madera de los navíos.

Movido por las súplicas de Satchi y de acuerdo con los dioses, corriste por la tierra, volaste con tus alas de llamas por el aire y el éter, y hasta penetraste en el agua, tu temida madre, para encontrar a Satacrátu en su penitente y escondido refugio!

No puedo sufrir esto sin olvidarme de quién soy yo, y de quién es él; de que tengo esposo, de que tengo vasallos, y de que ese esposo está dominado y esos vasallos oprimidos; yo no puedo olvidar y no lo olvido, que España ha sido grande, poderosa, temida, ni puedo ver sin rubor y sin cólera, que hoy está pobre, vendida por todas partes, insultada, á punto de ser deshecha.

He aquí ya a Fígaro con licencia: no esa licencia tan temida, esa licencia-fantasma, esa licencia que nos ha de volver al despotismo, esa licencia que está detrás de todo, acechando siempre el instante, y el ministro, y el... No, sino licencia de imprimirse a mismo. Ya no falta más que imprenta. Corro a una... Aquí es imposible: no hay letra. Corro a otra.

Dando luego algunos pasos a lo largo de la cuadra, en uno y otro sentido, comenzó a decir, con la entonación grandiosa y el ademán vasto y pulpitable que usaba en ciertas ocasiones: ¿Dónde está el tirano? ¿Dónde la sinrazón? ¿Hasta cuándo abusaréis de la real paciencia? ¿Quién que no sea un mentecato puede decir que la república se pierde? ¿Hubo, por ventura, en los siglos otra nación más temida y envidiada que lo es hoy día la española?

Piedras de bastante peso, arrojadas por los transeuntes ó arrastradas por las lluvias violentas, se veían flotando sobre el follaje polvoriento y mortecino; en el fondo se entrelazaban algunas ramas gruesas, y por entre sus hojas veía la negrura temida de un abismo. Un sordo murmullo salía de allí constantemente como quejidos de algún animal encerrado.

Calla y duerme repuso aterrada, pareciéndole que evocar lo pasado era incitarla al delito. A las cuatro y media, cuando empezaba a despuntar el día, Clotilde llamó otra vez. Julia, con mano firme y pulso seguro, le dio la cantidad que debía del líquido contenido en el frasco grande, y esperó... ¿Vendría la agitación esperada y temida por el doctor?

No hubo sensación triste que no experimentara: lo único que no sintió fue arrepentimiento de haberle concedido su cariño, porque la gratitud a las delicias gozadas pudo más que el rencor a la ofensa recibida. En cuanto a reconquistar la posesión de Pepe, lo supuso imposible: llegó a creer que aquella disparidad de fortuna, tantas veces temida, era la causa verdadera del mal.

No olvidaré nunca la primera noche que pasamos, amarrado el buque a la costa. Aún no habíamos llegado a la región del Magdalena, donde, bajo un calor insoportable, los mosquitos hacen su temida aparición. Una fresca brisa, en la que creíamos sentir ya tenuamente las emanaciones del Océano, corría sobre las aguas del río, rozando su superficie, que jugueteaba bajo el blanco clarear de la luna.

Os ruego ordenéis á los soldados que se tiendan sobre cubierta y permanezcan inmóviles, dijo el capitán. Dentro de pocos minutos estaremos salvados ó habrá llegado nuestra última hora. Arqueros y hombres de armas obedecieron prontamente. Golvín se aferró al timón y miró fijamente á proa, por debajo de la hinchada vela mayor. Los dos jefes, inmóviles á popa, contemplaban también la temida barra.