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Actualizado: 5 de julio de 2025
Atolondra y pasma la ruidosa animacion de Lóndres: el tumulto y agitacion de Paris es agradable, es animado, es de otro género: en la ciudad inglesa todo es carbon de piedra, fardos de telas; todas las casas de Inglaterra tienen el mismo color sombrío, los tejados están henchidos de chimeneas, todas están ennegrecidas, no hay una sola casa de fisonomía alegre, el humo de la fabricacion y la tristeza de la atmósfera, siempre viuda del sol, han pintado con sombra toda la construccion inglesa.
Hacía dos horas que Juan Claudio marchaba a buen paso, imaginándose la vida del campamento, el vivaque, las descargas, las marchas y contramarchas, toda aquella existencia de soldado que tantas veces había echado de menos y que veía ahora volver con entusiasmo, cuando a lo lejos, a mucha distancia aún, envuelto en la sombra del crepúsculo, descubrió la mancha azulada del caserío de Charmes, su pobre casita que deshacía en el cielo blanco una madeja de humo casi imperceptible, los jardinillos rodeados de empalizadas, los tejados de madera, y, a la izquierda, a media ladera, la gran finca de «El Encinar», con la fábrica de aserrar del Valtin al fondo, en el barranco ya en sombra.
Y a todo esto, el patio y sus tejados, y el terreno de afuera, y las zarzas y los helechos y la baranda del balcón, en fin, cuanto se veía o se palpaba desde mi observatorio, húmedo, reluciente y goteando. No habiendo cosa más risueña en que poner la vista por aquel lado, fuime a la otra fachada, la que correspondía al claro frontero a mi alcoba.
Así como descendieron por la Ribera de Curtidores, se achicó el panorama, fue hundiéndose, hasta ocultarse detrás de los tejados de los almacenes que cerraban el fondo de la calle. A ambos lados, bajo toldos de lienzo blanco o de sacos obscuros, estaban los puestos de los chamarileros tradicionales, que viven todo el año en el Rastro.
En este momento creemos estar muy altos porque nos hallamos cerca de los tejados de la catedral, y toda esta distancia vale tan poco para lo infinito como la indecisión de la hormiga que titubea sobre un guijarro, no sabiendo cómo descender. Nuestra vista es corta.
Protestaban algunos americanos que querían hacer palacios de ocho pisos para ver desde las guardillas el campanario de su pueblo; pero el Municipio, bajo la presión del Marqués, nivelaba todos los tejados «dejando para otras esferas de la vida las naturales desigualdades de la sociedad en que vivimos», como decía el Marqués en un artículo anónimo que publicó en El Lábaro.
La una de la madrugada. Me apresuro á sentarme en el vacío todavía caliente que me ofrece un banco del bulevar, adelantándome á otros rivales que también lo desean. Llevo cuatro horas de paseo incesante en la noche caliginosa. Sobre los tejados pasan las mangas blancas de los reflectores, regleteando de luz el ébano del cielo.
Una espesa cortina de álamos cerraba la plazoleta formada por el camino al ensancharse ante el amontonamiento de viejos tejados, paredes agrietadas y negros ventanucos del molino, fábrica antigua y ruinosa, montada sobre la acequia y apoyada en dos gruesos machones, por entre los cuales caía la corriente en espumosa cascada.
Los otros oyentes, silenciosos y cabizbajos, no experimentaban menos el encanto de aquellas afirmaciones, que tan audaces resultaban en el ambiente reposado y rancio del claustro. Don Antolín era el único que reía, encontrando graciosísimas, por lo disparatadas, las ideas de Gabriel. Comenzaba a atardecer. El sol había desaparecido tras de los tejados de la catedral.
Después subía como desesperado gato por la cuerda de las campanas, y por la misma vía subían también los puñales terribles. Luego se lanzaba por el interior angosto y húmedo de las cañerías que recibían el agua de los tejados, y la turba se precipitaba también por el interior del tubo, haciendo un ruido semejante al del agua.
Palabra del Dia
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